A juzgar por los diversos comentarios que día a día se emiten por los medios de comunicación, para una amplia mayoría ciudadanos, el desastre causado en esta última década por el azote populista, no ha dejado ninguna lección. Se insiste en reeditar temas que lejos de brindar una solución lo único que hacen es acentuar el problema. Al parecer nadie tiene en cuenta la importancia que adquiere restituir la confianza y crear un marco jurídico estable que no ahuyente la inversión, como se lo hizo en la década del saqueo.
No obstante por allí se alzan voces que pregonan que quienes deben pagar el costo de la crisis son los que se beneficiaron en tiempos de bonanza. Hay que ir por partes. Si las empresas ganaron dinero y pagaron sus tributos en la forma establecida por la ley no hay nada que reclamar.
Pretender que se disponga una mayor carga impositiva a pretexto que han tenido buenos réditos ayudaría a que se desvanezca cualquier vestigio de seguridad que permita vislumbrar que las reglas de juego son respetadas. Si se iría por ese camino se daría un golpe letal a la posibilidad que los particulares inviertan en su propio país, peor aún se podría pedir a los inversores foráneos que arriesguen sus capitales allá donde todo se resuelve según el vaivén que imponen las circunstancias.En el país deben convencerse que la única forma para encauzarse en una senda que faculte mantener un crecimiento y desarrollo sostenido es instituyendo reglas claras que permitan que cada vez se radiquen en su suelo más empresas que se expandan obteniendo una rentabilidad legítima, que brinden nuevas oportunidades de empleo para que ese ejército de jóvenes que ahora vislumbran un futuro incierto se enrolen en el mundo del trabajo formal, que se estructure un círculo virtuoso en que las personas progresen, atiendan sus necesidades, sintiéndose parte de un mecanismo que no les excluya sino que les acoja y les de opciones de futuro.
Pero si se sigue considerando que la manera de salir del atolladero es castigando el ahorro y la inversión, poniendo trabas a la iniciativa de los particulares, no habrá manera de conseguir una sociedad inclusiva y la marginalidad será una lacra que nos señalará la incapacidad que hemos adquirido para construir una comunidad en la que todos sus miembros se sientan que forman parte.
Ya hemos podido constatar hacia donde el revanchismo y el resentimiento de seres opacos, envanecidos y segados por sus propias limitaciones, nos pueden conducir.
Es trascendental sacar conclusiones positivas de una década marcada por los errores, el despilfarro y la corrupción. No podemos equivocarnos una y otra vez en el camino porque, simplemente, las urgencias son inmensas y las necesidades de las personas inmersas en esa descomunal marea de pobreza no pueden esperar. Hacerlo es tarea en donde destacan los líderes superlativos. El resto es más de lo mismo, simple repetición, vacua vocinglería.