Los ecuatorianos, de una u otra manera, nos hemos acostumbrado a vivir con temblores, erupciones e inundaciones, pero jamás habíamos enfrentado, al menos las generaciones recientes, un evento de la magnitud destructiva que produjo el terremoto del 16 de abril y cuyas consecuencias aún no acabamos de evaluar o percibir.
Una desgracia nacional como esta puso en evidencia la serie de falencias en la prevención y respuesta ante desastres. La Ley de Comunicación enmudeció a los medios, que no se atrevían a hablar del siniestro, porque su información podía ser calificada de carente de verificación, contraste, precisión y no contextualizada. Luego del silencio inicial se ha producido un fenómeno de rebote compensatorio, en el cual el exceso de información, especialmente en medios televisivos, inunda los noticieros y al momento no existen más noticias que sobre el desastre. El exceso de información, en imágenes de la desgracia, conlleva el riesgo de desensibilizar a unos y de incrementar las consecuencias emocionales en otros.
Miles de ecuatorianos en este momento enfrentan un trastorno emocional, como consecuencia de haber estado expuestos a algo que sobrepasa los limites de tolerancia al estrés. A esto se le conoce como Trastorno de Estrés Postraumático. No se puede dar ayuda a cada uno de ellos en forma individual. Es necesario que profesionales de la salud mental, psicólogos clínicos con entrenamiento en terapia de grupo, o psiquiatras especializados en desastres, inicien ya campañas de tratamiento.
En otros lugares que han estado expuestos a desgracias de gran magnitud, se tuvo que implementar protocolos de intervención en crisis, los cuales son procesos terapéuticos. Estos profesionales, igualmente, podrían dar pautas y entrenamiento a lideres religiosos los cuales aparte del apoyo espiritual puedan inducir en sus feligreses un cambio psicológico orientado a la sanación.
Junto a la desgracia, la solidaridad de la gente ha sido igualmente impactante. Los ciudadanos se han volcado a dar un aporte que lleve insumos a los afectados, junto a mensajes de consuelo y esperanza. Esta solidaridad, ojalá sea posible dosificarla en el tiempo; se corre el riesgo de que luego del fervor inicial se diluya y en unos meses se extinga. La recuperación de lo recuperable y el dolor de lo irrecuperable durará meses, años y ahí debemos tratar de mantener la misma solidaridad del momento inicial.
Los voluntarios, seres admirables y generosos, también deben hacer un examen sobre si están preparados para ayudar efectivamente. Si no soy de ayuda, puedo ser un estorbo. En este momento creo que son muy importantes aquellas personas con entrenamiento físico y mental para afrontar el desastre. Luego necesitaremos manos para reconstruir y eso va a ser un período largo.
Columnista invitado