Un amigo cercano –ahora miembro del Régimen- me preguntó unos días después de que Rafael Correa ganara las elecciones, cómo creía que iba a ser como Presidente. Yo le contesté que creía que iba a ser un desarrollista y que talvez se pondría como principal meta la industrialización, porque era un seguidor de los escritos de algunos economistas de esa línea. Él me preguntó¿y será un demócrata? Le contesté que no. Que creía que definitivamente eso del imperio de la ley y la democracia participativa no iba con él, en parte porque esos mismos escritos que hablaban sobre industrialización también sostenían que no necesariamente la democracia es un requisito. Como me miró asustado, lo tranquilicé diciéndole que talvez no toque la democracia, porque si realmente se concentra en industrialización y desarrollo de valor agregado, le quedará muy poco tiempo. Y, si uno se fija bien, esos mismos estudios dicen que el sistema político no es un obstáculo y hay ejemplos de industrialización con grandes consensos nacionales.
Seis años después y mucha agua de por medio, reconozco mi equivocación. Para empezar, es física y humanamente imposible dedicar algo de tiempo a una meta desarrollista cuando un presidente dedica la mayor parte del tiempo a escudriñar lo que dice la prensa y a montar o desmontar instituciones en forma poco democrática. Es extremadamente difícil promover industria si se alinea a sectores necesarios para lograr tan grande objetivo: sindicatos, maestros, investigadores y profesores universitarios y muchos exportadores. Talvez no se acordó que –en un principio- los países del sudeste asiático impulsaron agresivamente las exportaciones, materias primas incluidas, para pagar autónoma y soberanamente por su propia industrialización, sin dependencias a instituciones internacionales y mucho menos a terceros países que –como China ahora o en esa época EE.UU.- estaban mucho más interesados en que no nos industrialicemos para que importemos más. Luego, emprender un proceso así requiere además de una diplomacia de cirujano: propositiva, astuta y sigilosa para obtener los mejores resultados en transferencia de tecnología, inversiones y comercio. Sin alienar a los amigos o alertar a los enemigos. En síntesis, el proceso de industrialización ha fallado porque en lugar de que todos los engranajes del Estado (Presidencia, Función Judicial, administración, recursos, política exterior, política comercial) estén enlistados en ese gran objetivo nacional, están empeñados en defender La Verdad oficial, así con mayúsculas. Ya no hay académico serio que crea en una sola verdad. En todo caso, este es un llamado más para que dejemos de perder tiempo y recursos valiosos para generar empleos, acosando a periodistas, asambleístas o activistas que podrían contribuir, inclusive con sus críticas y denuncias.