El periodismo permite conocer de cerca realidades, países, personajes. Uno de ellos es Luiz Inácio Lula da Silva, a quien conocí en Sao Paulo el 2001; conversamos por algunos minutos, me encontraba junto al famoso y carismático obrero metalúrgico que desde los sindicatos de la periferia paulistana fundó el Partido de los Trabajadores (PT) y lideró una lucha decisiva en contra de las dictaduras militares y a favor de las elecciones directas en Brasil.
Jamás olvidaré la frase en su discurso de posesión en Brasilia: “Soy el primer presidente brasileño que llega al poder sin tener ningún título universitario y que no habla inglés”. La mayoría de presidentes que ha tenido ese país, además del inglés conocen el francés y algo el español. La humildad era una de sus principales características y el sentido común para manejar la economía en uno de los países más desiguales de la región. Ahora, 30 millones de pobres son considerados de clase media, los niños ya no trabajan en las calles porque estudian.
Fortaleza y voluntad de vida lo acompañaron para superar un cáncer. Como todo brasileño siempre le gustó la cerveza, la cachaça y el churrasco (asado o parrillada). Los sábados en la residencia de la Granja do Torto, Lula compartía esos placeres con sus amigos. Y austeridad cuando visitaba Sao Paulo y se iba a su departamento de clase media en Sao Bernardo do Campo con su esposa.
Termina su segundo período presidencial con un apoyo de más del 80% de los brasileños, pero comenzó a sentir eso que se conoce como la soledad del poder. ¿Por qué volver a ser un personaje común después de tantos años de gloria? Así llegó el derrumbamiento del ídolo mediante la ambición, la codicia y todos los recursos a su disposición de la empresa estatal más solvente, para pagar favores. El virus de la corrupción no se fue con la quimioterapia, nunca renunció a los placeres de la vida ni a las ganas de codiciar lo que nunca tuvo. Tampoco tomó en cuenta que en Brasil la justicia no se deja manipular por los políticos.
El 16 de marzo quedó marcado como el día en el que la presidenta Rousseff abdicó del mando en favor de su padrino político. En Brasil todos saben que el período de Dilma acabó en el mismo instante en que nombró como su principal ministro al fundador del PT y la mayor certeza es que Lula no está acostumbrado a obedecer políticamente. Por eso, comenzó, de forma anticipada, su tercer período presidencial cuando aceptó el disfraz de Ministro de la Casa Civil. En un antiguo video difundido por Youtube en estos días se ve a un fogoso Lula hablando de moral durante una entrevista en la TV brasileña. “El pobre cuando roba se va a la cárcel, el rico que roba se convierte en ministro”. Pobre Lula, ahora rico, jamás pensó que esas palabras se convertirían en una triste profecía.
@flarenasec