Resulta extremadamente difícil entender la construcción de una norma como la movilidad universal que ahora está asentada en la Constitución del Ecuador para demandar respeto y aceptación para nuestros conciudadanos que viven en el exterior, pero a la vez sentirnos incómodos para aceptar extranjeros que se han radicado en nuestro país. Por esta razón es que el nacionalismo que predica el Gobierno de Alianza País es tan complicado, porque termina creando dobles estándares que son difíciles de sostener con el paso del tiempo. Un buen ejemplo de ello es la elección de Kintto Lucas como vicecanciller, teniendo doble nacionalidad: uruguaya y a la vez ecuatoriana por nacionalización. El dilema no va por ahí: Madeleine Albright y Henry Kissinger fueron Secretarios de Estado y no nacieron en EE. UU. La elección de Lucas cumple con la Constitución, pues según ella, los ecuatorianos nacionalizados pueden aspirar a cualquier cargo, excepto a Presidente y Vicepresidente.
La realidad no cambia directa y automáticamente el día después de emitida una norma y cambia menos, si los gobiernos que la promueven no están conscientes de las dificultades que exige la asimilación de nuevos principios y reglas de juego que entran en disputa con otras que ya estaban establecidas, como el tema de la soberanía, que el gobierno defiende en los términos de mantener absoluta autonomía e independencia a la hora de elegir las políticas públicas que le convengan.
El tema de fondo termina siendo la congruencia. El gobierno no ha tomado tiempo ni dedicación suficiente para explicar claramente sus políticas y sus lógicas, a unos funcionarios del servicio exterior que tienen que recurrir a una carta pagada en la prensa para comunicarse con su Canciller. En la carta, lo único claro es que no entienden cómo deben hacer su trabajo y cómo pueden mejorarlo y que ni siquiera han tenido una oportunidad para hablar directamente con el titular de la cartera, Ricardo Patiño, desde enero del 2010 cuando se posesionó.
Talvez la mayor contradicción que existe sobre la política exterior del Gobierno es el nulo afecto que tiene para los funcionarios de esa cartera. Teniendo metas en política exterior tan ambiciosas como “la modificación de las relaciones de poder global” o, “el establecimiento de un nuevo orden económico y político mundial”, lo menos que se puede esperar es que tengan un buen ejército de funcionarios burocráticos bien preparados que puedan acompañar sus sueños. Trabajar con la gente y comunicarse con ella ayudaría a cumplir con su estrategia y de paso con la Constitución. Si no lo hacen, seguirán pasando chascos como la cancelación de la visita de la delegación que iba a negociar Coca-Codo-Sinclair en China, porque a Irina Cabezas se le ocurrió aceptar una invitación oficial a Taiwán, que no ayudan a la política exterior de este país.