Teoría de los apetitos
El solo hecho de tener una necesidad nos hace pensar que tenemos el derecho de satisfacerla. Esto es absolutamente cierto en algunos casos: si estamos con hambre tenemos derecho a comer; si nos enfermamos tenemos derecho a curarnos; si estamos agotados tenemos derecho a descansar.
Detrás de toda la teoría de los derechos universales está, precisamente, la noción de que los seres humanos -sin distingo de raza, credo o género- tenemos necesidades en común y que esas necesidades nos otorgan derechos inalienables que deben ser respetados en todo momento, en todo lugar y por todo el mundo.
¿Pero qué sucede cuando aquellas necesidades no son estrictamente corporales? Es que además de sed o sueño, las personas tenemos necesidades de orden social: queremos poder, riqueza, fama y reconocimiento. Esas necesidades pueden ser tan urgentes y poderosas que nos pueden hacer creer que tenemos absoluto derecho a satisfacerlas y que nadie puede o debe oponerse a aquello.
El ejemplo más paradigmático de esa pulsión incontrolable lo dio Shakespeare con su Rey Lear. Sentado en su trono, Lear ordena que cualquier necesidad suya sea satisfecha. No concibe que alguien pueda objetar la validez de sus deseos, por más ínfimos o triviales que sean. Está convencido que cualquier capricho suyo es una razón de Estado.
El problema de Lear es que no entiende que para que las necesidades sean consideradas como derechos tienen que venir acompañadas de obligaciones. Los gobernantes que solo se atribuyen derechos sin asumir obligaciones en contrapartida fracasan irremediablemente.
Hosni Mubarak es el clásico Lear contemporáneo: no supo diferenciar entre necesidades y deseos. Creyó que el solo hecho de tener un capricho le daba el derecho a satisfacerlo. Por eso se quedó casi 30 años en el poder y acumuló una fortuna de miles de millones de dólares.
Acá en Ecuador tenemos un Lear en ciernes. El Régimen actual insiste en pasar una consulta popular diseñada para tomar más espacios de poder. Quienquiera que se oponga a ello es atacado y censurado. El Ejecutivo pide más derechos a cambio de ninguna obligación (de rendir cuentas o ser fiscalizado, por ejemplo).
La necesidad que tiene de controlar todas las instancias del Estado es razón más que suficiente para otorgarle el derecho a atropellar cualquier vestigio de legalidad que tal vez pueda quedar.
¿En qué momento un hombre -o un Régimen- debe poner fin a sus apetitos? En el momento en que esos apetitos comiencen a afectar las necesidades y derechos de los demás. El Gobierno actual debe reflexionar profundamente sobre el límite de sus necesidades políticas y promover un proceso de diálogo entre toda la sociedad.