Los sucesos de la última semana demuestran hasta qué punto los malos entendidos y la falta de un tratamiento adecuado de los disensos, pueden llevar a situaciones que terminan poniendo en riesgo la institucionalidad democrática y, más aún, la vida misma de ecuatorianos cuyas pérdidas ahora lamentamos todos. Un asunto que, de haber sido procesado adecuadamente, máximo hubiera terminado con la sanción disciplinaria de los cabecillas de los insubordinados, finalizó segando las vidas de soldados y policías, dejando en la retina las imágenes inaceptables de un Primer Mandatario sometido a vejamenes y la impresión que no hay la voluntad adecuada para tratar las divergencias y conflictos, inevitables en el convivir democrático, con la prudencia y mesura que exigen determinadas circunstancias. Fue una jornada aciaga, de la cual hay que sacar las lecciones adecuadas para que en el futuro no se repitan hechos tan condenables. Nadie puede esperar que quienes detentan una mayoría política legislen en los términos que sugieran sus opositores. Pero no todos a quienes se dirigen las leyes son, necesariamente, actores políticos y pueden tener observaciones legítimas que podrían ser recogidas en los futuros textos para que las normas así redactadas surtan los efectos esperados.
Si no existe ese ejercicio básico en la tarea legislativa los conflictos no tardarán en aparecer. Jamás esto puede servir para justificar que las fuerzas del orden, a título de defender reivindicaciones, se insubordinen y abandonen a la sociedad a la total indefensión. Pero producidos los hechos no se puede responder con actitudes que terminen por enervarlos. En una crisis tan delicada lo menos que se puede esperar es ver a las autoridades en su sitio, tomando el control de la situación y buscando soluciones adecuadas al problema, no agravándolo.
Como si fuesen pocos los problemas de todo orden que agobian al país, la suma de una crisis política en nada le favorece. Hay que buscar y aplicar los mecanismos adecuados para que en la formación de leyes se escuchen las opiniones de sectores que pueden ser afectados. A veces desde los escritorios y las aulas no se percibe la realidad en su conjunto y las normas pueden resultar inaplicables o causar inconvenientes que terminen agravando una situación en lugar de mejorarla. Ejemplos de aquello hay numerosos, no de ahora, sino de siempre.
Lo que el país y los ciudadanos no resisten, por supuesto, son más tensiones. Nadie quiere ver a sus autoridades inmoladas por más trascendente que fuese su causa. Es preferible mirarla persuadiendo con argumentos y razones y no contemplarla en enfrentamientos que rayan en la temeridad. Las sociedades necesitan líderes que las dirijan, no que las reten. Puede haber un voluntarismo cargado de grandes deseos, que de nada servirá si la prudencia y serenidad no acompañan sus acciones.