La relación entre el Gobierno y las FF.AA. atraviesa por su peor momento. El ambiente enrarecido que se vivió la semana pasada en la ceremonia de relevo del Alto Mando de las Fuerzas Armadas dice mucho de esto. Sin embargo, buena parte de esta tensión es producto de una serie de “desatinos” y decisiones erróneas que ha tomado de manera progresiva el gobierno del presidente Rafael Correa con respecto del estamento militar.
Menciono escuetamente solo unos cuantos aspectos: la devolución de los 41,2 millones que fueron pagados por el Ministerio del Ambiente al Issfa por concepto de la compra-venta de unos terrenos ubicados en el sector de Los Samanes en Guayaquil; los intentos por fusionar al Issfa dentro de un sistema general de salud; la destitución de la cúpula militar por sus pronunciamientos públicos en torno de los recursos del Issfa; los juicios por “lesa humanidad” a militares que participaron en el combate a grupos subversivos durante el gobierno de Febres Cordero; el intento de cambio de la misión de las Fuerzas Armadas, asignándoles tareas que no les competen; la continua exacerbación de los ánimos e indisposición de la tropa con sus mandos superiores; el nombramiento de ministros de Defensa poco afectos con la institución militar.
Y aunque podría seguir mencionando más “desatinos”, uno no puede dejar de pensar si esto ha sido producto del desconocimiento o de una intención premeditada por debilitar a las Fuerzas Armadas. No sé si incluso se podría hablar de provocaciones incesantes que han pretendido que las FF.AA. se salgan del marco institucional establecido.
No obstante, considero que si de parte del Gobierno siempre ha habido “buena fe”, las situaciones que se han presentado podían haberse manejado de mejor manera, evitando caer en posturas inútiles. El camino más apropiado para resolver un problema es el diálogo y no, como ha hecho el actual ministro de Defensa, Fernando Cordero, al mandar a callar haciendo uso de la Constitución.
Pese a que el Art. 159 de la Constitución de la República establece que “las Fuerzas Armadas serán obedientes y no deliberantes”, eso tampoco quiere decir que los militares y sus respectivos mandos tengan que guardar silencio sobre decisiones que no necesariamente son las más correctas.
A más de la economía, uno de los sectores que han sido manejados de manera deplorable por el actual Gobierno han sido los de la seguridad y la defensa. Las leyes, políticas y acciones concretas en este campo dejan mucho que desear.
Las Fuerzas Armadas cumplen un papel fundamental en la vida de un Estado. El sesgo ideológico o el desconocimiento del rol estratégico que pueden y deben cumplir no puede ser motivo para afectar negativamente a una de las pocas instituciones serias que tiene el país. Por este motivo, esta tensión entre Gobierno y FF.AA. debería ser superada, restableciendo un canal de diálogo mucho más fluido y que permita abordar temas realmente de fondo.