Primero fue el televangelismo y después la telepolítica. Tomando como modelo programas populares de entretenimiento, el televangelismo logró atraer grandes audiencias para los contenidos religiosos.
El espectáculo combinaba música, oración, testimonios, consejos y llamados a realizar aportes económicos. Las estrellas del televangelismo eran figuras autoritarias y carismáticas que explicaban todos los problemas, como parte de la lucha entre Dios y el diablo.
El televangelismo se vino abajo cuando se descubrió que sus estrellas eran ídolos con patas de barro, pues en su vida privada eran lo contrario de lo que predicaban. Terminaron con líos judiciales, pidiendo perdón o en el retiro y el olvido.
La telepolítica llegó cuando los partidos buscaron estrellas de la televisión, la farándula o el deporte para ganar elecciones.
Aparecieron luego figuras carismáticas que prescindieron de los comunicadores para convertirse, ellos mismos, en estrellas de la televisión. Uribe en Colombia, Chávez en Venezuela, Funes en El Salvador, Correa en Ecuador, Morales en Bolivia, los Kirchner en Argentina encarnaron la telepolítica. Todos convirtieron la democracia en espectáculo y el gobierno en entretenimiento.
Los ciudadanos no participaban activamente en la política, sino que actuaban como figurantes de una producción audiovisual. A los presidentes-celebridades no les interesaba el debate de ideas, ellos buscaban seguidores que participen emotivamente en el espectáculo. Controlaron la sociedad con los instrumentos de la comunicación.
La sabatina, 400 veces repetida, era un programa de entretenimiento; contenía información, humor, publicidad, música, reportajes, testimonios, ofertas, insultos, castigos, reclamos. Participaban cantantes, payasos, ministros, funcionarios, damnificados, beneficiarios y burócratas. Todos bajo la conducción de la estrella del espectáculo y conductor del programa que ríe, canta, reclama, imita, informa, explica, amenaza, felicita, ridiculiza, vende, pronostica, promociona, y confronta. Nadie pregunta, reclama o disiente solo hay lugar para el asentimiento, la risa y el aplauso.
Los gobiernos de celebridades han concluido su tiempo. Uno murió, otros terminaron su período y los últimos han iniciado la etapa de crisis y descenso.
Con las celebridades debe marcharse el cliente consumidor de entretenimiento para dar paso al ciudadano libre y participante; debe morir el mercadeo y la publicidad para que viva el debate de ideas; debe desaparecer la comunicación mercenaria para que reaparezca la comunicación libre.
La sociedad debe abandonar el libreto de la política como espectáculo que propuso la telepolítica para trabajar en la construcción de un proyecto democrático colectivo que sea justo, eficiente y cercano a la gente. Es la hora de imaginar un nuevo modelo económico y político.