Una tuitera se quejaba de la televisión nacional porque aparentemente excluyó de su programación a las telenovelas brasileñas que, a su vez, habían desplazado a las mexicanas y a las venezolanas. La queja estaba acompañada de una crítica a las personas que, al no tener esa alternativa de entretenimiento, ahora gastan su tiempo frente al Smartphone conectado día y noche al WhatsApp. A través de esa aplicación se puede intercambiar mensajes, fotografías, videos, mensajes de voz, incluso videoconferencias.
El 2014 se produjo una de las mayores operaciones bursátiles de la historia contemporánea mediante la compra de esa aplicación por 21 800 millones de dólares. Mark Zuckerberg, el creador de Facebook, la compró para sumar el número de usuarios de su red. Se calcula que la cifra de usuarios de esta aplicación superó los 1 000 millones y también rebasó a Messenger, que fue uno de los primeros creadores de la mensajería instantánea. Entre estas dos aplicaciones se envían alrededor de 60 mil millones de mensajes todos los días.
El nombre deriva de la aproximación de palabras inglesas ‘what’s up’, que de manera coloquial sería ‘qué tal’. Se le agregó el diminutivo de ‘application’ (app) y ahí tenemos al WhatsApp, que se ha convertido en la mayor herramienta de la comunicación directa entre usuarios y grupos. Es tan grande su uso en los países hispanos que ya se propusieron algunas adaptaciones posibles: ‘wasap’ o ‘guasap’, incluso el verbo ‘wasapear’ o ‘guasapear’.
Lo que preocupa es que a través de esta herramienta y también de las redes sociales se transmiten y se reproducen las más increíbles chapucerías.
Cada vez crece el número de grupos que ocupan varias horas del día a chatear (palabra aceptada por la Academia de la lengua para definir una conversación o intercambio de mensajes electrónicos o vía Internet). El mismo mensaje, falso o no, se repite tantas veces entre los grupos de conversación que algunos, por inverosímiles que parezcan, se admiten como si fueran reales.
Cuidado, a través de esa red circulan miles de noticias falsas todos los días. Según un estudio que difundió el HuffPost (México), el 75 % de las personas que acceden a estos servicios creen en las noticias falsas, calificadas también como una de las peores epidemias de la actualidad. Cualquier rumor se vuelve viral. Funcionarios públicos que parecían serios replicaban encuestas de universidades que jamás hacen esos estudios; fotos del trole con el agua hasta el techo, de hace cinco años; y un bielorruso dirigiendo las protestas en las calles circularon por las redes durante el crudo invierno. Y el poder amenaza a los diarios porque, sin beneficio de inventario, tendrían que replicar a un pasquín argentino. Por no verificar es que se genera un pánico que siempre demora en disiparse.