Columnista invitado
Toda ama de casa conoce que cualquier mercado, por pequeño que sea, está constituido de por lo menos tres partes: un vendedor, un comprador y la mercancía.
Bajo esa perspectiva, la función del ‘mercado’ es la de facilitar el espacio donde el vendedor pueda exhibir su mercancía y el comprador pueda encontrar lo que está buscando. Por tanto, el mercado también permite que ambos puedan entablar un libre y abierto dialogo tendiente a establecer un precio que ambos consideren ‘justo’.
Cuando eso finalmente ocurra, el vendedor entregará la mercadería al comprador que, a su vez, pagará la cantidad de dinero pactada. Así, el uno guardará el dinero es su bolsillo y el otro se irá con la mercancía en sus brazos. No obstante, ambos quedarán igual de felices.
Pero ese simple intercambio de dinero por mercancía, se vuelve imposible cuando el dinero es la única mercancía que existe en ese mercado. Y eso es precisamente lo que ocurre en el mercado financiero.
Para solucionar ese impase, hace ya varios siglos, los distintos países permiten que -en el mercado financiero- intervenga un tercer participante; el cual, se supone, debe colocarse siempre en un sitial equidistante entre el vendedor y el comprador, para desde allí ser capaz de divisar cual es la Tasa de Interés que refleja el precio ‘justo’ del uso del dinero.
Desde entonces y a través de todos estos siglos, ese tercer participante unas veces ha sido el Estado y otras el Mercado; una historia que sería imposible resumirla en estas cortas líneas.
Pero, afortunadamente, en el Ecuador de estos doce últimos años, se ha escrito parte de esa historia en apenas dos capítulos.
El primer capítulo se escribe en el 2007 y el 2008; periodo en el cual una nueva Ley Financiera -que logramos redactar y aprobar a pesar de la férrea oposición del entonces Presidente Correa- instituía, entre otros asuntos, que las tasas de interés debían reflejar las condiciones de un mercado financiero competitivo, para lo cual debía ser regulado por una Superintendencia de Bancos autónoma.
El segundo capítulo se comienza a escribir en enero del 2009 y continúa hasta el día de hoy; largo e indecible periodo, en el cual las tasas de interés han sido fijadas por el Jefe de Estado, a través de un Código y de una Junta Monetaria.
Según los datos oficiales publicados por el Banco Central, en el periodo en que el Mercado fue el que estableció las tasas de interés; estas se redujeron en un 15% anual. Por otro lado, desde enero del 2009, en que han sido fijadas directamente por el Estado; dichas tasas han permanecido casi congeladas, habiéndose reducido en apenas un 1% anual.
¿Mercado o Estado? Contéstelo usted mismo, amable lector.