Acorralados por los escándalos, enlodados por las noticias que día a día dan cuenta de su cinismo e incompetencia, urgidos por el avance de ciertas investigaciones que los desnuda de cuerpo entero instalados en el poder algunos presuntamente dedicados a apropiarse de los fondos públicos, develados en su verdadera dimensión que los retrata como unos farsantes que se valieron de la propaganda para intentar crear la imagen de un país en marcha, cuando en la realidad lo dejaron quebrado, sueñan en un espacio en el que puedan desarrollar lo que mejor saben hacer: mentir. Para ello reclaman una plataforma que les devuelva al ruedo político, que les otorgue oxígeno para avivar su discurso confrontador que, en un país de carencias, les ha dado resultado cuando a través de engaños se mostraron como los que ejercían supuestos actos de reivindicación de los humildes, mientras en los hechos se preocuparon de armar un montaje para saciar su avaricia. Por ello aspiran instalar una nueva constituyente que les permita corregir los errores que les impidieron conservar el poder, sin interrupciones ni límites de ninguna índole ni siquiera con pequeñas desavenencias internas que puedan mostrar ciertas fisuras. No, lo desean todo nuevamente y en ese empeño han echado a andar a su maquinaria partidista.
La constituyente sería su éxtasis. En un país fragmentado y lleno de ilusos buscarían, como en la actual Asamblea, ser la primera minoría que terminaría por coparlo todo. Instalados en un espacio omnipotente, con todas las atribuciones posibles, fácilmente doblegarían a los díscolos, a los que osaron disputar la hegemonía del caudillo, a los que se apartaron de sus sugerencias que en realidad eran órdenes, a aquellos que se atrevieron a poner en duda sus supuestos logros y realizaciones, en las que ellos ven virtudes donde el resto solo mira mediocridad e incompetencia.
Sería absurdo caer en su trampa que, tejida bajo un velo de supuesta democracia, serviría para poner las costuras finales del ropaje totalitario. Otorgarles tarima para que repitan sus peroratas y que echen a andar su aparataje clientelar aceitado con los recursos del erario nacional, sería un craso error.
Este momento lo que necesita el país es concentrarse en salir de sus penurias económicas más no instalarse en disputas que lo que buscan es recomponer la hegemonía aparentemente perdida.
Una consulta popular es suficiente para desmantelar las instituciones de adeptos al antiguo régimen. ¿Acaso ellos no lo hicieron en su oportunidad para meter descaradamente las manos en la justicia? Simplemente hay que cesar a todos aquellos que por el origen de sus cargos conocemos que no están allí para ejercer controles ni sancionar a corruptos, sino por su adhesión a un proyecto político fracasado. Urge reinstitucionalizar el país con gente proba e independiente para, cerrado ese capítulo, enfrentar los desafíos económicos pendientes. Tarea complicada para quién busque calzar realmente en el ropaje de estadista.
mteran@elcomercio.org