Desde antiguo, la tarea de contar, la capacidad de imaginar, la posibilidad de narrar y el hecho de opinar, construyeron la conciencia de las sociedades. Hicieron posible que quede evidencia de las aventuras y desventuras del poder, de los triunfos y los naufragios de la gente. Gracias a los narradores, hay testimonio histórico vivo. Gracias los novelistas, hay Quijotes y Sanchos. Sin ellos, no tendríamos ni ‘El otoño del patriarca’, ni ‘Yo, el supremo’, y sin ellos, probablemente, se habrían olvidado las tiranías, y las luchas por la dignidad serían papel guardado en el desván de la desmemoria.
Desde que hay periódicos, la tarea de contar se transformó en el pan de cada día; desde entonces, la historia llega a la hora del desayuno y viene en la página deportiva, en la noticia o en el editorial, porque tanto el reportaje, como la caricatura o la columna de opinión son modos de narrar, son visiones sobre el hecho cotidiano, sobre el espectáculo de la política o el último concierto de rock. Todos son memoria, testimonio, reflexión. Son, a su modo, historia, novela, sociología. Son palabra.
La tarea de contar se mueve entre la literatura y el periodismo, entre la narración, la investigación y la opinión. La tarea de contar articula los hechos con las reflexiones, las crónicas con la imaginación, el buen decir con la verdad o la ficción. Pero los testimonios, incluso las novelas, en algún momento, se transforman en conciencia incómoda, en nota disonante porque aluden a lo que ocurre tras las mascaradas del poder. Por eso, ni narradores ni maestros de la palabra pueden ser parte de las estructuras de mando. Los intentos por mezclar el ejercicio del poder con la capacidad de novelar o la vocación para narrar, han resultado, casi siempre, trágicas o tragicómicas, salvo quizá el caso de Maquiavelo, quien registró -en breve y terrible texto- los secretos de las razones de Estado y las tácticas para mantener domesticada a la libertad. ‘El Príncipe’ es la política sin máscaras.
Actualmente, la Red ha transformado la tarea de contar. Ha hecho de ella recurso al alcance de todos, medio para crear nexos y difundir instantáneamente noticias, opiniones y rumores, ha abreviado la forma de ver la vida y ha cambiado el modo de hacer de ella palabras, algunas veces malas palabras. La masificación que genera la red tiene sus virtudes y peligros, por ejemplo, hacer del debate simple disputa de vecindario, de la discrepancia, insulto, y del idioma, víctima inerme de la ignorancia pura y dura, o del olvido de la sintaxis y la ortografía.
Contar es una de las tareas más humanas, y por ello, está rodeada de tentaciones y peligros. Los narradores, cuando escriben libros o columnas, o se aventuran en la Red -si son narradores verdaderos y no simples panfletarios-, asumen una responsabilidad con ellos mismos y con quienes les leen… si les leen.