Tengo una deuda con Jorge Salvador Lara que ya no podré pagar: una visita de una tarde entera para conversar (es un decir, a él solo podía escucharlo, boquiabierta) y bucear entre los casi 25 000 libros de su biblioteca. Hace una semana, antes del mediodía, una llamada telefónica fue la portadora de la noticia: Jorgito –como me permitía llamarle– había muerto. Inmediatamente una alarma se activó dentro de mi cabeza.
A la comprensible tristeza y desazón que deja un hecho como este, se ha sumado una urgencia: empezar a hacer todo aquello que quiero hacer, y dejar de obsesionarme con lo que tengo que hacer. Gracias a la partida de Jorgito me di cuenta de que no quiero que la vida se me convierta en la suma de tardes que nunca sucedieron, de conciertos no escuchados, de historias no escritas, de viajes no realizados, de palabras no dichas…
Y aunque el año ya empezó hace 46 días –y supongo que según la etiqueta de Cosmopolitan, Vanidades o Buen Hogar ya estoy completamente fuera de la temporada de ‘buenos propósitos’, reservada solo para las ediciones de las fiestas de fin de año–, a partir de hoy, con ustedes como testigos, empezaré a deshacerme de todos mis pendientes. Eso sí, no esperen milagros porque lo haré con cautela –es que soy de digestión lenta–.
Alguna vez vi en una conferencia en el sitio web de TED: Ideas worth spreading (Ideas que vale la pena difundir) a un señor que contaba cómo un día se sentó, tomó lápiz y papel y escribió todo lo que quería hacer (la lista no incluía la palabra trabajo); por un tiempo únicamente se dedicó a hacer realidad su vida soñada. Uno pensaría que ese señor estaba en el paraíso, pero no. Al poco tiempo, además de comerse los ahorros, se trepaba por las paredes del aburrimiento.
Entonces, mi idea no es vivir un sueño –de esos que pueden volverse invivibles– sino apenas buscar algo de equilibrio en este ritmo de vida frenético, ruidoso, superficial, lleno de títulos académicos, belleza plástica, metas sobrehumanas y éxito, principalmente éxito.
Así de simple, de poco ambicioso. Quizá tenga que ver con la naturaleza de mis pendientes: conocer el Pasochoa, leer más libros, desayunar todos los días, volver a estudiar (pero algo que me cambie el ‘chip’), conversar más con la gente a la que admiro y que tengo la suerte de que sea mi amiga, escribir, retomar las clases de danza, reírme más, ver buen cine, comprometerme y trabajar por alguna causa que haga que la vida de alguien –o de muchos– sea mejor.
Eso es, y tengo toda la vida para hacerlo. ¿Ustedes tienen algo pendiente? Anímense también, no vaya a ser que llegue una llamada, un diagnóstico, un borracho al volante o cualquier otra circunstancia para hacerles saber que ya es demasiado tarde, que ya nunca habrá una tarde junto a Jorgito en su biblioteca.