El escalofriante asesinato en masa en Tamaulipas, del que se creyó que sólo había dejado un sobreviviente, un ecuatoriano que aspiraba ingresar ilegalmente a los EE.UU., puso en los titulares nacionales lo que ya captaba la atención de la comunidad internacional: el Estado mexicano, el más poderoso de Hispanoamérica, pierde el control de su frontera norte.
La frontera EE.UU.-México es la más extensa entre el Primer y el Tercer mundos. En el resto del globo, o bien las diferencias son graduales, como el caso de Europa Occidental hacia el este, o Estados totalitarios pobres como Corea del Norte mantienen la frontera militarizada.
Lo más parecido a EE.UU.-México es España-Marruecos, pero el estrecho de Gibraltar es de corta extensión.
Al río Bravo lo pretenden franquear tanto mexicanos como otros latinoamericanos, que primero deben entrar a México, y además ciudadanos del resto del mundo, que primero entran a un país latinoamericano, entre ellos Ecuador.
También se busca penetrar la frontera con drogas ilegales. Las enormes fortunas en juego dan origen al surgimiento de carteles capaces de enfrentarse de igual a igual con las fuerzas armadas.
Tamaulipas no es un caso aislado. Se presume que la matanza se dio porque los migrantes ilegales rehusaron enrolarse como carne de cañón del cartel que los secuestró, presumiblemente Los Zetas, conformado por ex integrantes de fuerzas de élite de la Policía mexicana.
El problema se exacerba en México por el éxito de la campaña del presidente Uribe contra las FARC y los carteles. Antes de Uribe, Pablo Escobar disponía en Colombia matanzas como la de Tamaulipas. Al tornarse Colombia menos rentable para los narcotraficantes, gana en atractivo México.
Algunos culpan al presidente Calderón y su estrategia de acabar con los carteles. Quiso hacer lo de Uribe -no se lo puede culpar por ello- pero sin el éxito del antioqueño. Vicente Fox se hizo de la vista gorda en lo del narcotráfico, y hoy sugiere la legalización de la marihuana en México.
Mientras Washington no combata de manera efectiva la distribución de drogas ilícitas en su territorio, el éxito contra los narcos en un país resultará en el traslado del negocio a otro. Lo cual nos debe alarmar.
El Gobierno, y todas las fuerzas políticas, sociales y económicas deben dejar de lado diferencias y buscar blindar a nuestra nación contra el narcotráfico.
Hay evidencia de jueces que hacen el juego a los narcotraficantes capturados. Hay un tufo de lucha de carteles detrás del auge del sicariato. Habría la intención, como en México, de corromper las fuerzas del orden.
Los ciudadanos honestos de toda condición económica y social corremos el peligro de perder nuestro país, y que el Ecuador pase a ser propiedad de los carteles de la droga.