Antaño, francamente, el Carnaval en Quito y buena parte del Ecuador era un chubasco, un baño a la fuerza, un invierno artificial, ‘jugado’ con baldazos, ‘bombas’ -globitos de caucho y agua- harina y hasta lanzamientos a la cocha. Con tres días de sitio, gripes, furia, protestas de unos y risas de otros. Menos mal que funcionaron las campañas en favor de la culturización, registrándose avances y atrasos. Lo que vemos y jugamos actualmente es diferente y resulta muy grato anotarlo.
En estas fechas –pese a ciertos e inevitables rezagos- el panorama general es positivo y se puede hablar de progreso.
Bien. El ambiente fue mejorando. No faltaron los llamamientos para mejorar el Carnaval y uno de los momentos claves se dio en Ambato, 1951, luego de un terremoto, cuando se inició la Fiesta de la Fruta y de las Flores. La provincia de Tungurahua cerró los grifos y dio paso a la cultura, al comercio y a la música, eligiendo una reina, Maruja I. Actualmente, buena parte de la celebración nacional anuncia turismo interno, ferias, ofertas gastronómicas, paisajes. Atuntaqui ofrece los productos de sus 300 textileras, un club quiteño invita a un paseo de dos días por las nieves del Iliniza, Baños abre 3 000 habitaciones, sus piscinas y –como extra- el respeto del volcán.
Por supuesto, las playas compiten para que se entusiasmen los serranos y la Región Amazónica no está ausente en el concurso de ofertas. Todo esto por mencionar algunos ejemplos.
No se puede pasar por alto un caso especial. Guaranda y parte de la provincia de Bolívar mantienen su ‘Carnaval a la ecuatoriana’, corregido y mejorado con el paso de los años.
Con sus comparsas, sus coplas, sus danzas, una dosis –modernizada- de agua y con alegría, baile y una copa de Pájaro Azul. Y, por supuesto, con su Taita Carnaval, que este año fue el profesor Óscar González. El singular Carnaval guarandeño tiene, además, su himno (a la voz del Carnaval todo el mundo se levanta…) y el reconocimiento internacional, como que es un Patrimonio inmaterial cultural.
Quito tiene su historia y su anécdota en materia carnavalera. Los quiteños fueron entusiastas ‘jugadores’, con sus altibajos. Unas veces más agua y otra más harina, incluyendo uno que otro ‘cascarón’, a veces un remordimiento de conciencia y una baja en el ‘juego’. Allá por el 1955, el alcalde Carlos Andrade Marín –excelente ciudadano y médico- y su director de cultura Humberto Vacas Gómez realizaron una gran campaña anti Carnaval con agua. Tuvieron un aceptable resultado. En 1956 les fue bien, con carros alegóricos, comparsas y ‘sin agua. En 1957 ¡mejor!
Ya, el Carnaval estaba culturizado, ras ras. De pronto, en 1958 Quito dio una sorpresa. Cayó un baldazo de agua y volvió el entusiasmo por la tradición líquida. Funcionó el viejo Carnaval y el doctorcito Andrade Marín aportó con una lluvia de lágrimas.