Por estos días pocos ponen en duda si Rafael Correa será electo por un período más. A lo mucho, quizás, exploran la idea de que pueda, en el 2013, darse una segunda vuelta electoral en las presidenciales. Nadie piensa que tendremos un gobierno distinto. Ante la improbabilidad de su pérdida, imaginar el escenario del Ecuador post-Correa es casi un tabú.
Y es un tabú porque a ratos pareciera que nos hemos acostumbrado tanto al correísmo, que ya no podemos imaginar cosa diferente. Quizá tenemos demasiado vívida la memoria de lo que era gobernar este país en tiempos de escasez económica, con Congreso en contra, sin Constitución a la medida, con una prensa militantemente fiscalizadora, y sin tener el control de los otros poderes del Estado. Lo que muchos tan profundamente ansiaron durante años, esto es que un caudillo extremadamente fuerte gobierne este país, e imprima orden al caos reinante, lo alcanzamos a la perfección con este Gobierno. El solo pensamiento de que este país pueda volver a la inestabilidad económica y a la incertidumbre política, nos hace secretamente acomodarnos a este Régimen con todos sus excesos, pero con forzada quietud al fin.
Algo parecido a lo que sucede con las parejas disfuncionales cuyo parámetro de anormalidad se asume como lo habitual, y que se retroalimentan bajo situaciones extrañas de abuso, irrespeto, violencia y manipulación. En esos casos, no es raro encontrar que a pesar del sufrimiento que atraviesa una de las partes o ambas, es tal el grado de acostumbramiento, que no se puede concebir la vida de modo distinto. Los abusos y la victimización generan dependencias, y estas son difíciles de cortar.
Algo así sucede con nuestra consciencia colectiva, temerosa de la incertidumbre y de su libertad. Al tiempo que la revolución ciudadana nos ha traído niveles poco comunes de virulencia verbal y social, al tiempo que el Gobierno ha ido invadiendo con su inconmensurable poder, cada vez más aspectos de nuestra vida personal, la certeza de su poder absoluto pareciera traernos paz. Es curioso, como simultáneamente tenemos mayores cortapisas y restricciones, pero la certeza de que hay alguien imprimiendo autoridad y orden, actúa como un aliciente. Mientras el autoritarismo vaya acompañado de la bonanza, y no raye en los límites de lo insoportable, estamos dispuestos a vivir con él. Sobre todo si nos hemos convencido de que la alternativa a aquello, sería volver a vivir bajo regímenes que iban de tumbo en tumbo, sin tiempo para cuajar ningún tipo de gestión ni obra pública.
Hasta a la oposición le ha invadido el tabú, es quizás por eso que no ha generado proyecto alternativo alguno que esboce el país postcorreísta. ¿Alguien se atreve a dejar la modorra, asumir su libertad y salir del tabú?