¿Puedo mantenerme en el poder sin pecar? preguntó el gobernante a su consejero de confianza. Contestándole éste contundentemente: “No. Frente al pueblo el gobernante debe proyectar virtud; pero en la confidencia del poder, debe actuar en ocasiones al margen de los parámetros morales, porque, al final quien vence es quien logra mantenerse en el poder”.
1. El Príncipe: 1a. N. Maquiavelo agudo observador, diplomático y filósofo político, funcionario de la República de Florencia en el Renacimiento – época de inestabilidad política y esplendor cultural – falleció en 1527 a los 58 años de edad. Su obra maestra, El Príncipe, dedicada a Lorenzo II de Medici en un intento de recuperar el favor político, fue publicada cinco años después de su muerte. Una auténtica biblia para no pocos políticos, fue revolucionaria al separar la política de la moral y la religión, y al desnudar la verdadera naturaleza humana. Sus ideas se opusieron al pensamiento de Platón y Ciceròn, así como a las influencias religiosas, presentando una visión cruda y realista de la naturaleza humana, alejándose del “cómo debe ser” y acercándose a lo que “realmente es”. Obra que, por cierto, no es necesariamente una apología ciega del poder por el poder, sino una reflexión sobre la estabilidad del Estado frente al caos. 1b. Su pensamiento no pereció con él: centenares de años después, sigue vigente y activo, aplicado por gobernantes que muchos consideran exitosos. 1c. Esta columna no pretende avalar dichas prácticas, pero sí ponerlas sobre la mesa de la reflexión, de tal suerte que facilite el entendimiento de la ciudadanía frente a determinados comportamientos desconcertantes del (de los) gobernante (s); y, de esta manera, explorar el arte de gobernar entre la moral y el resultado, en un mundo donde la política exige tanto virtud como astucia.
2. ¿El fin justifica los medios? 2a. Frase no atribuida a Maquiavelo, sugiere que el modo de alcanzar un objetivo es irrelevante, siempre que el fin se cumpla, especialmente si este coincide con los intereses estratégicos del gobernante. Pero, ¿es esto éticamente aceptable? Evidentemente no, si los medios son ilegítimos y/o inmorales. Sin embargo, en la práctica del poder, la tensión entre la moralidad y la conveniencia lleva a muchos líderes a optar por lo segundo, en aras de ganar batalla tras batalla, en pos de la victoria mayor, esto es, conservar el poder. 2b. En este contexto, cabe reflexionar sobre el caso del expresidente G. Lasso: político que habría elegido no sacrificar sus principios en el altar de la conveniencia política. Decisión que le costó el poder, pero que le permite hoy caminar libremente por las calles del país y del mundo; in opposizione a aquel que gobernó diez años y que hoy vive perseguido por la sombra de su pasado. 2c. Pretender que un gobernante debe guiarse únicamente por la buena fe resulta ingenuo y un contrasentido. La política está sembrada de traiciones internas y amenazas externas. Por ello, el líder hábil, explica Maquiavelo, debe ser león y zorro: fuerte para infundir respeto y astuto para sortear las intrigas. Debe, en definitiva, desarrollar los mecanismos que garanticen la viabilidad de sus intereses estratégicos. En ese orden de ideas, el príncipe contemporáneo sabe que, aunque la tecnología y las costumbres han evolucionado, la esencia humana no ha cambiado, es la misma: sigue prevaleciendo el miedo, la ambición y las pasiones. Por ello, el gobernante moderno —en esa fusión de fuerza y astucia— expuesto en todo momento por las redes sociales y por el escrutinio global, sabe que debe ser aún más sutil y cuidadoso, protegiendo su imagen pública y consolidando su legitimidad. De esta manera, resulta ingenuo suponer que no han empleado, de manera consciente o inconsciente, alguna o algunas de las estrategias de Maquiavelo, figuras como Churchill, De Gaulle; y en la actualidad, Donald Trump, Vladimir Putin (zorro calculador que maneja a su oposición con mano de hierro tras una fachada de legalidad electoral), Xi Jinping, Volodimir Zelenski, Lula da Silva o Nayib Bukele (león que infunde temor y admiración).
3. ¿Dónde está el límite? Pero, ante la inevitable pregunta sobre cuál debe ser el límite en el uso de tales herramientas, la respuesta – en mi opinión – descansa en tres pilares, que consisten en el respeto a: 3a. La Democracia. 3b. La Ley. 3c. La Recta Intención. Los líderes deben actuar con coherencia hacia el pueblo que los eligió, sin arriesgar su apoyo ni traicionar la confianza depositada en ellos.
Conclusiones: a. Decisiones, así como la presencia de personajes controvertidos en los entornos del poder —incluso sin cargo oficial, pero con influencia real— pudiera sugerir que, en ocasiones, su existencia, pese al rechazo social, se explicaría en función de su utilidad estratégica. ¿Acaso son estas personas quienes deben realizar el “trabajo sucio” que el gobernante no puede asumir directamente, pero que considera indispensable para alcanzar sus objetivos estratégicos? b. Así, el dilema persiste: el arte de gobernar exige navegar entre la eficacia y la ética, entre el pragmatismo y los principios. c. ¿Puede el mando ejercerse de forma virtuosa sin sucumbir al pragmatismo maquiavélico? Al parecer, mientras los ideales susurran al pueblo; Maquiavelo, siglos después, sigue susurrando al oído de quienes ostentan el poder…