Como prólogo a sus ideas F. Nietzsche afirma que “el hombre” es algo que debe ser sobrepasado. Él pregunta: “¿Qué habéis hecho para superarlo? En nuestro artículo anterior expusimos algunas nociones; hoy complementamos sus consideraciones filosóficas.
El primer paso hacia el superhombre es el engendro de nuevos “valores”, que obligan a desechar aquellos que nos son impuestos. La plasmación de osadías parte de la ridiculización de virtudes antojadizas; de desechar ilusiones de mundos ajenos al terrenal… el “edén” es de pelmazos. También de exaltar las pasiones y de penetrar en lo profundo de la naturaleza humana más allá de convencionalismos. Al margen de su ateísmo, el llamado es un grito a la autodeterminación del hombre. Nietzsche exhorta a que “de vosotros que os habéis elegido a vosotros mismos, debe surgir un día un pueblo elegido… y de él, el superhombre.”
El superhombre es único, nada semejante a otros de la misma “especie”. No acepta igualdades formales. Cada uno tiene su esencia por la que luchar en toda instancia de su existencia.
Para el filósofo, lo primordial está en la rebelión… en el “espíritu de rebeldía”. Llama al hombre a encontrarse a sí mismo en el desierto de su soledad. Es aquel en que moran los “veraces”, siendo que solo la superación permite su realización, pues yo soy quien debe prevalecer siempre. El ente que se allana no trasciende.
La filosofía nietzscheana elogia el “egoísmo” a que convoca el superhombre. Se refiere al egoísmo por el cual el ser piensa en sí como paso previo a “crear lo amado”. Por tanto, dice, “más elevado que el amor al prójimo es el amor al lejano y al venidero”. Y ello en tanto todo gran amor solo puede ser concebido por encima incluso de la compasión. Nada más indigno que el hombre que ama por compasión. “El verdadero altruismo exige el sacrificio por el mejoramiento de la especie”, dice Nietzsche. De ahí nace la voluntad de poder.
El ”Dios nietzscheano”, en nuestro criterio, es el superhombre capaz de transformarse en su propio padre y descendientes.