De visita por una ciudad extranjera, pienso que estoy perdido. La librería que por años estaba al frente de la calle en que me encuentro, ya no está más. Vuelvo a mirar, hasta asegurarme que en el lugar en el que funcionaba ahora se ha abierto una tienda de muebles. Más tarde deambulo por un local que tenía una excelente oferta de música. Miro, en la parte destinada a música clásica, existen unos pocos discos, todas recopilaciones de grandes obras. Ya no existe la oferta por autor ni ejecutante. Todo está destinado a una masa ávida de consumo, que se satisface con géneros simples que apenas mañana ya no los recordará nadie. Sucede en todo. La masificación campea. Todo está preparado en versiones que brindan una visión general, para el consumidor apurado y vehemente, preocupado de lo frugal. Se dirá que hoy más que nunca hay una oferta ilimitada en la red, de cualquier género, autor, época, etc. Igual sucede con los libros. Pero poco a poco esos lugares donde se volvía un deleite gastar un poco de tiempo revisando, comparando, leyendo, para una vida en que el tráfago de lo cotidiano absorbe y anula, sólo quedan el recuerdo y la nostalgia.
La cultura se desliza hacia lo que demanda el público. Otros dirían hacia lo que busca el consumidor. Si esa persona no tuvo una formación que le permita discernir entre una inmensa oferta de lo banal y lo trascendente, será engatusada. Sus barnices de cultura aderezadas de lecturas que poco aportan irán configurando a sujetos huecos, manipulables. Se irán convenciendo a sí mismos que son poseedores de un gran acervo, pero en la realidad apenas podrán distinguir entre lo trivial y lo profundo.
Es el tiempo de la cultura de masas. El consumo se impone como el gran valor. Lo sustancial pierde terreno, se trastoca. Lo que importa es la apariencia. Los alumnos demandan poco esfuerzo, buscan graduarse rápido, entrar al mercado laboral para rendirse ante el consumismo. Pocos buscan una formación pensando en el por qué y para qué. En esos escenarios, pensar sobre la sociedad, reflexionar sobre el país, se convierte en utopía.
Quizás como nunca en la historia de la humanidad tenemos un acceso al conocimiento ilimitado. Pero, como en la fábula, el tiempo nos resulta escaso y, al hacer la elección de prioridades fallamos estrepitosamente. Por suerte aún hay personas que reflexionan sobre estos aspectos, maestros que forman grandes profesionales, individuos ávidos de conocimiento. Estos son los menos, especies raras en una jungla donde reina el facilismo, la desidia, el conformismo. Ventajosamente aún existen lugares y se mantienen espacios en donde buscar un libro, husmear por una obra musical, aún es un placer íntimo. Son cada vez menos.