Philippe Legrain
Project Syndicate
Un motivo importante por el que la política occidental está en semejante estado de caos es el pesimismo de los votantes sobre el futuro. Según el Pew Research Center, el 60% de los occidentales cree que los niños de hoy estarán “peor financieramente que sus padres”, mientras que la mayoría de los europeos piensa que la próxima generación tendrá una vida peor. Para parafrasear al filósofo Thomas Hobbes, esperan que las vidas de los jóvenes sean solitarias, pobres, desagradables, toscas -y largas.
El pesimismo afecta a aquellos que se vieron perjudicados económicamente, así como a quienes temen que ellos (o sus comunidades) puedan ser los próximos. Afecta a la gente joven ansiosa por sus perspectivas y a la gente mayor nostálgica de su juventud. E incluye miedos económicos de que los robots, los trabajadores chinos y los inmigrantes estén amenazando la vida de su gente y, también, miedos culturales de que los occidentales blancos estén perdiendo su condición privilegiada tanto local como globalmente.
Cuando la gente duda de que el progreso sea posible, suele tenerle miedo a un cambio de cualquier tipo. En lugar de centrarse en las oportunidades, ve amenazas por todas partes y se aferra más a lo que tiene. La política occidental puede volver a ser más alentadora, pero sólo si los políticos encaran primero las causas que originaron la desazón.
Los detractores de hoy vienen en tres tonalidades. Los pesimistas tolerantes -por lo general, votantes de centroderecha a los que les está yendo bien pero que temen por el futuro- creen que sacudir el sistema es imposible o indeseable, de manera que aceptan a regañadientes las perspectivas disminuidas de su país. Los políticos de este tipo parecen felices, en efecto, de gestionar una caída relativamente cómoda.
Los pesimistas ansiosos, por lo general en la centroizquierda, están más abatidos por el futuro, pero el simple hecho de suavizar sus aristas más filosas ya parece ponerlos contentos. Quieren invertir un poco más, y distribuir los frutos magros de un crecimiento débil de manera más equitativa. Pero, al mismo tiempo, cada vez tienen más miedo del cambio tecnológico y la globalización y, por lo tanto, intentan limitar su ritmo y su alcance. El objetivo de los políticos de centroizquierda de este tipo parece ser que una caída incómoda resulte más tolerable.
Finalmente, los pesimistas enojados -por lo general, los populistas y sus seguidores- piensan que las economías están amañadas, que los políticos son corruptos y que los de afuera son peligrosos. No tienen ninguna intención de gestionar la caída; quieren destruir el status quo. Y pueden buscar resultados donde todos salen perdiendo simplemente para que los otros sufran.
Lo que estos grupos tienen en común es una carencia de soluciones viables.