Nadie habría imaginado que, 10 años después de la fallida revolución ciudadana, la palabra sumisa llegaría a convertirse en el santo y seña de las mujeres que ejercieron el poder.
Su presencia en los cargos directivos de la Asamblea Nacional, llamada a convertirse en excepcional avance en la historia política del Ecuador y un hito en la lucha por la equidad, fue decepcionante.
Funcionales al Ejecutivo, su conducta fue vergonzante. Corrían a Carondelet para tratar asuntos que debían ser resueltos en la Asamblea. Y asomaban en las tarimas haciendo coro al jefe.
La Comisión de Fiscalización en sus manos fue inoperante. Mutada en Comisión de Archivo terminó de cómplice silente de atrocidades constitucionales y de acciones que propiciaron la impunidad al no investigar la corrupción rampante.
Un vergonzoso episodio que pervive en la conciencia es el que se produjo, en 2013, cuando tres asambleístas oficialistas fueron sancionadas por haber pretendido incorporar en el Código Penal la despenalización del aborto en el caso de violación. Las tres, feministas ellas, se sometieron, sin chistar palabra, a un humillante retiro de la Asamblea por 30 días y a no dar declaraciones a la prensa.
Defensoras de la iniciativa Yasuní-ITT, por considerar la más revolucionaria del planeta, las oficialistas votaron después, sin inmutarse, para que sea explotada esa área de altísima sensibilidad, patrimonio de la biósfera y residuo del Pleistoceno.
Su conducta tenía al país en alerta aún más luego de que Correa dijera, públicamente: “Yo no sé si la equidad de género mejora la democracia, lo que sí es seguro es que ha mejorado la farra, impresionantemente. ¡Qué asambleístas que tenemos, guapísimas!”. Estas mujeres contradijeron la historia escrita por figuras rutilantes como Nela Martínez e Isabel Robalino que hicieron de su curul trinchera de dignidad. O de Matilde Hidalgo de Prócel, adelantada a su tiempo.
De esta estirpe somos las ecuatorianas; de la casta de Dolores Cacuango, pionera por la reivindicación de los derechos y la educación bilingüe, que rompió las ataduras impuestas a los indígenas. De Tránsito Amaguaña, insigne luchadora por la defensa de su pueblo y la tierra. Y, en las luchas libertarias, Manuela Cañizares, una iluminada, capaz de convocar en su casa, la noche del 9 de agosto de 1809, una reunión clandestina y conspiradora para planear una acción de fuerza y alcanzar la libertad.
Pero hay nuevos vientos. La reciente reacción de dos asambleístas al resistir ser sancionadas por emitir sus opiniones y el proceder de otras más, parece bocanada de aire fresco en el poder femenino; aunque el mayor desafío tiene la mujer que hoy ocupa la Vicepresidencia de la República (la segunda en la historia). Y aquella que por primera vez está en la presidencia del Corte Nacional de Justicia. En sus manos está retomar la senda de la dignidad y ratificar que en Ecuador nunca más habrá sumisas.
Columnista invitada