Suicidio, del latín sui (sí mismo) y caedere, matar. Matarse a sí mismo. ¿Quiénes se autodestruyen no persiguen su final? ¿Consumirse no es autodestruirse? Los dos términos se fusionan y distancian en un raudo soplo. En otras palabras, ¿el autodestructivo no es un suicida aquietado, un suicida que siente miedo a la muerte o no la ha explorado lo suficiente, al punto de mirarla, ser seducido por ella y refundirse en su hechizo? El autodestructivo va menguándose hasta su acabamiento, el suicida da la señal de gracia en un solo instante, decidiendo su fin.
En la biografía de Malcolm Lowry se refleja el duelo constante entre la creación y la “neurastenia grave”. Su vida fue una huida continua, marcada por viajes, ansiedad, fuga… Botellas de licor trasegadas en su ansia de hallar… solo él supo qué. Viajero compulsivo, ¿adónde? “Padece de melancolía”, sentencia un médico en la película Bajo el volcán, homónima de la novela cimera de Lowry. Melancolía: palabra casi en desuso, pero que sigue arraigada en quienes padecen de sensibilidad extrema.
“La vasta y vaga y necesaria muerte”
Melancolía, ¿un “mal” antiguo? Hipócrates la atribuyó a la “bilis negra” (melancolía en latín). Ángel y demonio, las dos criaturas que habitan en la melancolía. La melancolía leve se consideraba innata del artista mediano. La que conduce a la desesperación, al desvivir, ronda los bordes del suicidio.
“Una grande tristeza ocasionada por el desaliento ante las miserias de la vida, miedo frente al futuro incierto; odio y desprecio por la condición humana”… señaló Petrarca. Sí, esa es la melancolía, palabra olvidada.
¿Y la vida? La vida a cualquier precio. La vida por encima de todo lo que somos, pudimos o podremos ser. Pero, ¿solo la razón previene y dispone? La vida humana, en todo caso, es aún capaz de reír y llorar, de amar y odiar, de gozar y padecer, de decidir si seguir o no. Solo el ser humano y ninguna otra especie tiene esa condición.
Pulsión de ser, de seguir siendo. Freud aclaró que llevamos dentro un impulso de vivir, pero también otro de morir. Vida y muerte conviviendo en nuestro frágil ser. ¿Miedo a la muerte, temor y temblor ante lo desconocido? ¿Qué hay después del morir? La pregunta palpita en lo más íntimo del vivir y pervivirá hasta el fin de nuestra especie. Con el fenecer del cuerpo, ¿se acaba la vida?
“Balbuceante el hombre buscaba miedoso y enloquecido seguir viviendo cuando sentía morirse” (Cioran).
Eternizarse después del tránsito supremo es el mayor deseo del ser humano. Unos lo soslayan, otros lo niegan, desafían o acatan, furibundos, timoratos o reverentes… La mayoría buscando escudo y cobijo en las religiones para clamar el perdón y el milagro. Por cierto, la muerte ha ido cambiando de ropajes, conceptos, hábitos, finales… Ha sido examinada a través de filosofías, historias, ciencias, literaturas, liturgias, iconografías; sin embargo, siempre queda una bruma que vela su esencia: “Nadie ha retornado después de muerto para decirnos la verdad”, dice Philippe Ariès en El hombre ante la muerte.
Desde inicios de la historia, ha habido suicidios por honor (Cleopatra y Petronio, entre los más renombrados), suicidios eutanásicos, por amor, odio, pasión, religión, política, desesperación, y hasta aquellos ocurridos por un juego de azar (la ruleta rusa narrada en novelas y películas da cuenta)…
Primo Levi, Deleuze, Weininger, Mainländer, Gorz, entre otros filósofos de la posmodernidad, fueron suicidas. Artistas, poetas, escritores han seguido el mismo rastro fatídico. A José María Mardones, a propósito de su libro Habermas y la religión, le preguntaron si hallaba alguna razón enigmática sobre el suicidio de estos filósofos. “Por culpa de Dios, afirmó, o por culpa de su Idea”…
“Oye mi ruego Tú, Dios que no existes,/ y en tu nada recoge estas mis quejas./ … ¡Qué grande eres mi Dios! Eres tan grande/ que no eres sino Idea, / … Dios no existente, pues si Tú existieras/ existiría yo también de veras” Miguel de Unamuno.
Angustia y contradicción. Rastreo de una fe en sí mismo. Rechazo a todo dogma. Libre viento contra la muerte resuelto en la búsqueda del sentido de la vida. “Nos morimos de frío y de oscuridad”. Hallemos fuego que nos dé vida en un mundo de tormento y miedo.
“Veo a mucha gente morir porque juzga que la vida no vale la pena, exclamó Albert Camus. Veo a otros, paradójicamente, morir por las ideas o ilusiones que les dan una razón para vivir (lo que se llama una razón para vivir es también una excelente razón para morir). Por lo tanto, concluyo que el sentido de la vida es la pregunta más urgente”.