Thalía Flores y Flores
Me había propuesto honrar a Quito, que hoy cumple 484 años de fundación, recordando la tercera estrofa de su himno: “Cuando América toda dormía/ oh muy noble ciudad fuiste tú/ la que en nueva y triunfal rebeldía/ fue de toda la América luz”.
Quería subrayar que estas palabras tienen el poder suficiente para transformar en desafíos a ser superados los pesares y frustraciones. Había querido también decir que en marzo de 2019, los quiteños tienen la oportunidad de dar un viraje, eligiendo a una persona que lidere la ciudad, capital de los ecuatorianos y Patrimonio Cultural de la Humanidad, para resarcir los años de angustia y desasosiego.
Pero el país vive sus propias dramas y el ritmo de los acontecimientos impone referirse a los dolores de la Patria, frente al hecho de que la Vicepresidencia de la República ha quedado vacante nuevamente, porque su dignataria, elegida apenas hace 11 meses, ha sido denunciada por supuestos hechos de corrupción, cometidos cuando fue asambleísta de Alianza País.
Con una indagación previa en la Fiscalía, el pedido de renuncia de la Asamblea y el retiro de funciones por parte del presidente de la República, María Alejandra Vicuña no tenía más opción que dejar el cargo. Los aportes mensuales de su asesor parlamentario estaban en su cuenta bancaria y el movimiento político al que estaban destinados, Alianza Bolivariana Alfarista (ABA), no existía legalmente.
Vicuña, al igual que Glas, traicionó a su presidente y al país. Los dos son el signo de lo que significó el correísmo que usó el poder para enriquecerse, torció las leyes, destruyó la economía y la institucionalidad. La narrativa de las manos limpias, una vez más, es hecha añicos por sus protagonistas.
Ante tanta impostura moral que sobrecoge la conciencia colectiva, el presidente Moreno está obligado a acertar con los nombres de la terna que enviará a la Asamblea. Se ha equivocado dos veces con sus vicepresidentes, una más sería suicidio político.
El momento es propicio para reconfigurar su gobierno limpiándolo de los rezagos de la corrupción y el nepotismo, y reorientar su estrategia, abocado como está a una campaña por las elecciones seccionales que crisparán al país. Y con una muy frágil economía sostenida con onerosa deuda. La Vicepresidencia tendrá que ser un puente con los diversos sectores y no un abismo.
Más honestidad que vanidad es la consigna. Quienes sean convocados para integrar la terna no deberán aceptar la nominación si en su pasado hubiera sombra de duda de una acción al margen de la ley. Así, de llegar al poder evitarán estar bajo chantaje y someter al país a un nuevo escarnio.
Aunque un vicepresidente reemplaza al primer mandatario solo en caso de ausencia definitiva, pocos presidentes han tenido la suerte y la oportunidad de Lenín Moreno de poder poner en esa función, ahora sí, a un hombre o una mujer con pergaminos éticos y académicos.