Juan Manuel Santos hizo el mejor anuncio de la semana: el inicio de un nuevo proceso de negociaciones para alcanzar la paz con las FARC y el ELN. Es una decisión extremadamente difícil para un país que convencido por más de 12 años de que la única solución posible es la militar y para un líder político que –hasta hace poco- había liderado una de las embestidas militares más agudas contra la guerrilla más antigua del continente, como ministro de Defensa y luego como Presidente de la República. Pero Santos tiene razón en lo que dijo este lunes pasado: “La victoria es la paz”. Añadiría que la victoria real es la paz, porque a pesar de la millonaria inversión en equipamiento militar, de los logros importantes del Ejército colombiano durante estos años y de la voluntad política, la salida militar solo seguirá arrojando miles de muertos más a los ya 300 000 que tiene a su haber.
Pero hay razones importantes para que este proceso sea difícil en extremo.
Primero, la política interna. El ex presidente Álvaro Uribe denunció la iniciativa desde el primer momento como una traición. Todo indica que será uno de los principales bemoles del proceso, generando miedo y falsas informaciones. Un proceso así necesita –para ser exitoso- contar con un comité asesor de ex presidentes que estén dispuestos en todo momento a movilizar apoyo nacional por el bien del país. Si eso no ocurre, el proceso puede morir antes de entrar a tomar vapor si quiera.
Segundo, las experiencias del pasado. Uno de los peores fantasmas que acosa a Santos es el de Andrés Pastrana. Su proceso fue tan calamitoso, con concesiones tan grandes a la guerrilla a cambio de tan poco, que fue el principal detonante para la era Uribe de “la solución militar”. Santos se ha cuidado de decir que han aprendido de los errores del pasado, pero la población solo apoyará un proceso donde la guerrilla no tenga beneficios excepcionales antes de entregar completamente las armas y olvidar para siempre los ataques.
Tercero, el tema de la reconciliación. El proceso puede fenecer si no se aclaran metas y aspiraciones desde un principio. Para unos, esta meta debe ser la reconciliación nacional que implica la incorporación de los armados a la sociedad. Para otros, esto no puede pasar sin antes el juzgamiento de los crímenes de lesa humanidad cometidos. Es el tema más escabroso, porque en él no solo podrían estar inmersos los guerrilleros desmovilizados, sino también los paramilitares e incluso miembros del Ejército que también cometieron abusos durante estos 40 años. Esta puede ser una de las decisiones más difíciles de tomar y la que determinará al fin de cuentas si es que la paz será una realidad y si esta contará con el apoyo de los colombianos, especialmente de aquellas familias más golpeadas por la guerra. Colombia necesita mucha suerte y una habilidad de cirujano para llegar a una solución final exitosa.