‘Habiendo tantas necesidades en el presente ¿a quién se le ocurre elaborar una agenda educativa pensando en el 2060?”, fue la expresión de un experto educativo al enterarse de la Agenda Ciudadana por el Educación 2013-2021, propuesta al país en días pasados por el Contrato Social por la Educación.
A primera vista esta crítica es oportuna y bien vista por algunas personas. Frente a tantos problemas y necesidades acumuladas –piensan ellas- resultaría un ejercicio de evasión y esotérico lanzar la mirada hacia un futuro incierto.
Sin embargo, en educación no es responsable planificar si al menos no se piensa en influir en la formación de dos generaciones que van a integrarse a la vida productiva en el 2035 y en el 2060. Para esto se necesita no solo planificar estratégicamente sino ejecutar acciones inmediatas desde hoy. Hay que alinear las decisiones y las políticas en función de objetivos a corto, mediano y largo plazos.
La afirmación anterior es de sentido común para muchos pueblos y líderes políticos, sociales o empresariales. No lo es para culturas tan cortoplacistas e inmediatistas como la nuestra.
No solo en educación sino en otros aspectos de la realidad abundan ejemplos de esta manera de ser. Se elaboran políticas para la coyuntura, para obtener réditos inmediatos. En nuestro medio, es frecuente que la política estructural y estratégica se sacrifique frente a la espectacularidad y monumentalidad de “obras” que pueden brindar votos en la próxima elección. Esa es la falla de una democracia plebiscitaria.
El pensamiento estratégico se diluye frente al clientelismo y el populismo.
Pero no solo es el inmediatismo, sino también esa cultura de hacer las cosas a medias, de pensar en pequeño, de carecer de una visión sistémica y de no tener capacidad para prever consecuencias múltiples.
De esta manera se ejecutan “soluciones parche”. Se construyen superautopistas del siglo XXI que culminan en los vetustos caminos de mediados del XX.
Se edifican pasos a desnivel para descongestionar el tráfico que dos cuadras adelante convergen en tremendos cuellos de botella.
Se inauguran aeropuertos sin carreteras de acceso o sin gente a quien servir. Se montan cientos de proyectos económicos que fracasan por carencia de visión o por la excesiva dependencia del proteccionismo estatal.
A más de los problemas culturales y políticos, se añaden las condiciones de un mundo contemporáneo altamente cambiante, veloz y frenético. Líquido, según el sociólogo Zygmun Bauman, en el cual estrategias, políticas y tecnologías envejecen o mueren rápidamente.
Frente a una cultura conservadora y clientelar y a un presente desaforado cabe recuperar la pausa y la visión larga.
Y en educación según Paulo Freire se necesita “tanto de formación técnica, científica y profesional, como de sueños y utopías”.