Deseamos para este nuevo año que sucedan cosas buenas, tanto en lo personal, en lo familiar, en el país y en el mundo entero. Cabe ser optimistas, nunca ilusos. Sin embargo sí conviene soñar, además, es gratis. Soñar, por ejemplo, que las instituciones del matrimonio y de la familia recuperen sus sitiales ineludibles como moradas de auténtico amor y fragua de las virtudes humanas; soñar con la paz, con el orden, con la priorización de valores trascendentes ante la avalancha consumista, relativista y materialista.
Soñar, en lo nacional, a nivel político, que esa amorfa y desunida oposición a Correa, nos hable con la verdad, deje de fungir de víctima plañidera o de pitonisa del descalabro, reconozca los logros del actual Régimen, nos muestre una futura ruta de continuidad, en lo positivo –que es bastante-, ya deje de lloriquear –nos hastía- por dizque la “falta de libertad y democracia”.
Soñar con opositores que trabajen concienzudamente, que esbocen un plan de gobierno que permita otear un promisor horizonte luego del nuevo período del mashi Rafael, sin aún candidatear ampulosos personajes, sin atosigarnos con politiquería gemebunda, se dé cuenta de que el país que se ha forjado en los últimos tiempos no se asemeja al que teníamos antes, cuando pléyades de oportunistas y grupúsculos de poder mangoneaban, a diestra y siniestra, a los gobiernos de turno, a las leyes, a las estructuras estatales, intentando perennizar un arcaico statu quo que les encajaba, para seguir haciendo de las suyas, que había desamparado -o sometido- a los vulnerables y a los más débiles, lacerando la dignidad humana, buscando solo su bien particular en vez del bien común.
Por otro lado, soñamos con ver al Presidente sereno, prudente, sosegado, conciliador, sin vanidad, afincado, sí, en esa enorme –sin precedente- popularidad lograda y en toda la obra que evidencia su liderazgo, capacidad, trabajo y estrictez; a un Presidente que nos exponga cohesión entre sus “amistades” y la ideología que predica, a un Mandatario que refresque algunos nombres de su séquito, asidos al poder cual lapas inamovibles; soñamos con ver a un Presidente que, pensando en su próximo y último período, se muestre maduro (disculpas por la funesta coincidencia con aquel apellido), que nos devele un digno derrotero de salida.
Soñar con que todas esas personas que dicen que se les va la baba por el papa Francisco pero que, para favor de sus personalistas pensares, hábilmente, manipulan los decires del Sumo Pontífice y los sacan de contexto, se percaten que, Jorge Bergoglio, con su estilo propio, muy personal, al igual que sus antecesores que conocimos, está afianzando –con fervor- aquella doctrina de más de dos milenios de existencia y que, sin embargo de erradas pretensiones, permanece incólume e inalterable.
Roque Morán Latorre / Columnista invitado