En su libro “El sueño de la razón”, Anthony Gottlieb describe al pensamiento occidental, a través de su larga evolución, como expresión de una “forma de pensar claramente inquisitiva” y en frase de William James, “un esfuerzo peculiarmente tenaz por pensar con claridad”.
Considero válida esa caracterización, y creo que una mayoría de nuestros congéneres todavía se resiste a tratar de averiguar la verdad de las cosas, vivir de acuerdo a ella, y pensar con claridad. Por eso acierta Gottlieb, a mi juicio, al referirse no al triunfo, ni al progreso, sino solo al “sueño” de la razón. La congresista norteamericana Bonnie Watson Coleman cuenta que contrajo covid-19 durante el ataque al Capitolio el 6 de enero pasado porque varios de sus colegas Republicanos se negaron, burlándose de la idea, a ponerse mascarillas mientras se escondían juntos. Y agrega: “Lo que importa son los hechos, tanto acerca del covid como del resultado de las elecciones. Cuando digo que muchos Republicanos son responsables, me refiero a su esencial inhabilidad para aceptar los hechos. Así como deberían poder aceptar el resultado de una elección, deberían ser capaces de aceptar otros hechos, como que las masacarillas sí son efectivas.” En esa “esencial inhabilidad para aceptar los hechos” y para “pensar de manera inquisitiva y con claridad” radica la esencia de la irracionalidad colectiva a la que me he referido en artículos recientes.
Busco en éste apuntar a lo más crítico que todos debemos hacer para evitar que esa irracionalidad siga haciendo daño. Como planteamos desde hace mucho tiempo quienes defendemos la educación liberal, debemos criar y educar adultos maduros, responsables, capaces de pensar por sí mismos “de manera inquisitiva y con claridad”, de buscas la verdad, no el auto-engaño. Este último es, como la adicción al alcohol o a las drogas, una forma de evadir realidades dolorosas. La necesidad de esa evasión nace de la inseguridad, la fragilidad sicológica y emocional. Y ésta a su vez nace de la crianza y educación bajo tradicionales patrones autoritarios e impositivos que obligan a niños y a jóvenes a volverse sumisos en vez de libres, los adoctrina en vez de volverlos inquisitivos, y hace que no solo no piensen con claridad, sino que prefieran no pensar. Todo esto los hace incapaces de ejercer de manera respetuosa y responsable cualquier libertad de la que lleguen a gozar.
Y la continuada presencia de masas críticas de personas así, cuyo crecimiento sicológico, emocional e intelectual ha sido conscientemente impedido, garantiza, y seguirá garantizando a futuro, que muchos Republicanos en Estados Unidos y muchos marxistas-leninistas-socialistas del siglo 21 en América Latina sigan insistiendo en que son verdades sus grandes, destructivas y ampliamente difundidas mentiras.