Desde hace algunos días la publicidad oficial colma los espacios con un video que habla del sueño ecuatoriano, contrapunto del deteriorado clishé del sueño americano. El mensaje promociona un país revolucionario en materia política, social, educativa y económica. La mayor emotividad está en la imagen de varios extranjeros que ensalzan las bondades de esta pequeña nación andina que se habría convertido en una suerte de paraíso terrenal.
Más allá del real impacto que ha causado la campaña, la sola idea del “sueño ecuatoriano” genera polémica. Tan pronto como la propaganda salió al aire, las redes sociales se llenaron de comentarios a favor y en contra, unos emocionados con el contenido, y otros en franca burla y desprecio frente al mensaje originario.
No tengo ninguna duda de que el Ecuador es uno de los países más bellos del mundo. Su compleja y diversa geografía, su flora y fauna únicas, su mestizaje y pluriculturalidad, entre otras variables objetivas, hacen de este un lugar que encanta a sus visitantes y enamora a perpetuidad a sus habitantes. Ahora, entre este encanto natural indudable y el verdadero sueño del ser humano, existen diferencias gigantescas.
Por lo pronto, el sueño ecuatoriano no será real mientras no vivamos en un clima de paz y armonía orientados hacia un gran objetivo común de lucha frontal contra la delincuencia. Mi sueño ecuatoriano no existe siquiera mientras no gocemos de libertad plena para tomarnos un trago los domingos si nos da la gana, o para caminar sin riesgo por nuestras ciudades en las noches.
No imagino utopía más grande que la del sueño ecuatoriano sin un sistema judicial honesto, independiente y ágil. Y de la utopía del sueño a una cruel pesadilla apenas hay un parpadeo cuando quedan en la impunidad delitos execrables como la violación de niños o los asesinatos.
El sueño ecuatoriano será apenas una idea estéril mientras los candidatos que pretenden representarnos en la Asamblea sean, en su gran mayoría, una jorga de oportunistas sin preparación académica ni méritos profesionales, sino dóciles levantamanos. No será posible concebir el sueño ecuatoriano mientras los aspirantes a la primera magistratura no demuestren altura y respeto, honestidad, preparación y compromiso, mientras no promuevan el diálogo y el debate, mientras no hablen de cultura con cultura, y no asistan a un teatro o a un recital en lugar de enfrentarse en el ring del oprobio, la mentira, el insulto .
No hay sueño ecuatoriano, no lo habrá jamás, mientras se irrespete y ataque a las minorías, a opositores, a los que profesan otros cultos o piensan distinto. No hay sueño ecuatoriano. No lo habrá jamás sin libertad.