La convulsión social última, de mayor gravedad que muchas anteriores, trae a reflexión lo que aconteció el 15 de noviembre de 1922, en Guayaquil. Entonces, las condiciones sociales y económicas eran de un profundo y justificado malestar de amplios sectores populares por el alto costo de la vida, salarios insuficientes para satisfacer las necesidades de la familia, etc.
Era claro el rechazo a la sociedad vigente y creció una mística utópica que se dirigía contra el Estado, la Iglesia, el Ejército. Todo condujo a una movilización masiva, encabezada por los trabajadores de la Empresa Eléctrica que reclamaban aumento de salarios y otras garantías. Durante una semana Guayaquil vivió sin alumbrado y abastecimiento para su mercado. Miles de hombres y mujeres desfilaban por las calles exigiendo soluciones inmediatas a la carestía de la vida. El día 15, una multitud cercana a 20.000 obreros en huelga demandaba la libertad de los apresados. “La tropa acantonada en la plaza de Guayaquil tenía orden terminante de parte del Jefe de Zona, Gral. Enrique Barriga, el cual no tuvo miedo de manifestar cuando todos se lavaban las manos tratando de rehuir responsabilidades: Yo soy el único responsable de esos sucesos” (Cita en el libro En el Palacio de Carondelet, del Dr. Eduardo Muñoz B.).
La huelga obrera terminó con 300 muertos, aproximadamente, que los sepultaron en cualquier sitio del cementerio.
Como a la Fuerza Armada se le atribuía toda clase de crueldades, la más sensible referencia fue la novela “Las Cruces sobre el Agua”, del valioso literato Joaquín Gallegos Lara, escrita años después.
Un cargador expresó: “Ahí debajo de donde están las cruces, hay fondeados cientos de cristianos, de una mortandad que hicieron hace años. Como eran baratísimos, a muchos les tiraron a la ría por aquí, abriéndoles la barriga con bayoneta, a que no rebalsaran”.
El General de Ejército Marcos Gándara Enríquez realizó una investigación detallada sobre aquel episodio; con revisión minuciosa de lo que se publicó inclusive ilustrando con fotografías, de las movilizaciones que culminaron con lo que se calificó de “masacre” de los participantes; y publicó el libro “La Semana Trágica de Guayaquil”. Refiere la versión del periódico quiteño El Día: que los manifestantes atacaron y desarmaron a la Escolta de Policía; fueron para atacar al Batallón Vencedores, siendo rechazados; los soldados disparaban inicialmente al aire. Muchos manifestantes saquearon almacenes, a pretexto de buscar armas para resistir a la tropa. Hubo muertos y heridos de ambas partes, llevando la peor los atacantes.
En la versión del cronista de El Universo, la manifestación incluyó por lo menos a 30.000 personas; estremeció a la ciudad … “y muchas mujeres amenazaban a otras con señales de cortarles el cuello”.