Salvo sorpresas electorales de última hora, a pesar de un triunfo que fue inesperado por lo parcial en la primera vuelta, Dilma Rousseff será la sucesora del Mandatario brasileño de doble período Luiz Inácio da Silva. De esta manera, existirá una sucesión que, además de constitucional, es política pues ella es miembro de Partido de los Trabajadores, que repitiendo algunas experiencias como la de Chile en los períodos de la Concertación y los del Frente Amplio de Izquierda en el Uruguay, tienen peculiares similitudes. Se definen como socialistas o de izquierda, pero se ubican más en la clasificación de la social democracia, gozan de un apoyo popular sólido y no convulsivo, mantienen una clara independencia en materia internacional sin abandonar los lazos formales con los utópicos procesos integracionistas de América Latina y son abiertos a la inversión extranjera. Además, y quizás con el rasgo más importante, estos regímenes no se inscriben en el populismo de nuevo cuño que asola y desalienta a países vecinos. Aunque el adjetivo sea pueril, parecen serios. Es decir, no tienen la profesión de fe por las reelecciones indefinidas, no son contrarios a la libertad de expresión y creen en el desarrollo institucional de la república más que en la voluntad mesiánica de sus líderes.
En el plano económico y de la política internacional, la sucesora -excepcionalmente el sucesor- tendrá un arduo trabajo, pero tiene la ventaja como la de Juan Manuel Santos en Colombia y es la de tener la convicción de que la historia no nace con ellos, de que el pasado no hay que repudiarlo íntegramente y que, por el contrario, el éxito del rumbo se fundamenta en la continuidad institucional, antes que en impulsos o reacciones proféticas.
En este sentido, la República Federativa do Brasil debe ser uno los países que más se alinea con el concepto de políticas de Estado antes que a aventuras coyunturales de caudillos esotéricos que gobiernan para el día, rechazan el pasado y tácitamente admiten que del futuro se encarguen otros .
A Brasil se lo ha percibido diferente a sus vecinos continentales. Fueron tempranos en una real independencia, no litigaron con indígenas, aunque usufructuaron de la esclavitud africana. Lograron un pacto federal con grandes regiones sin afectar a la unidad nacional y son menos de lo que parecen, pero más de lo que proclaman.
Hoy Brasil es diferente, pues ha superado el tradicional éxito y prestigio del fútbol y el Carnaval. Pesa más y es evidente su geopolítica coherente y pragmática. Por eso, la probable sucesora presidencial no tendrá el protagonismo mesiánico o legendario de algunos de sus pares continentales, pero nadie podrá negarle el prestigio de conducir un país continente que por su estabilidad institucional y persistencia democrática debe estar en el Consejo de Seguridad de la Organización de Naciones Unidas.