Al margen de las consideraciones humanas, la enfermedad del presidente Hugo Chávez ubica el espinoso caso de la sucesión en el ámbito de la política latinoamericana. Históricamente el tema ha sido complejo por la división clásica entre monarquía y república. Algunas monarquías han sido hereditarias y otras electivas. Las primeras, propias de la época del absolutismo, fueron dinásticas y el trono pertenecía a una familia; por ende, la sucesión estaba asegurada por el primogénito o el siguiente. Un caso histórico excepcional fue el del emperador romano, cuyo trono no era hereditario a pesar del inmenso poder que ostentaba. Al Senado le correspondía la designación.
La sucesión hereditaria en América Latina, a pesar de la tendencia natural hacia el Jefe Supremo, el caudillo y en la actualidad a los líderes del socialismo del siglo XXI no se ha producido, salvo excepciones como el caso de los Somoza en Nicaragua o en Argentina que se produjo entre cónyuges.
Lo particular de la situación en los países que sufren o se deleitan de este tipo regímenes es que la concentración del poder llega a tal punto que no pesan en la sucesión, pues los afecta mentalmente el virus de la inmortalidad. Guillermo O’Donel ha tipificado a este tipo de figuras históricas como “democracias delegativas”. En ellas la ciudadanía democráticamente elige; pero luego, el líder es poseído por su irrenunciable presencia histórica y se decide a consolidar el poder por la reelección, controlar de manera absoluta todas las instancias del Estado y aniquilar moralmente a sus adversarios que en épocas de las elecciones, ya demostraron ser incapaces para elaborar proyectos alternativos.
En el Ecuador, este último aspecto se ha vuelto recurrente desde que la ‘partidocracia’, para utilizar el mismo estigma del Gobierno, empezó a diluirse luego del período presidencial de Sixto Durán Ballén. Primero vino el desorden donde primó el egoísmo, desbarataron la poca institucionalidad, llegamos a tener tres presidentes en un solo día y lo único que se logró fue inducir la convicción, como en los tiempos bíblicos, de solo esperar por el ‘Mesías’.
En estas circunstancia el tema de un sucesión en el Ecuador al líder máximo es muy incomodo. De sus propias filas es casi imposible la repetición del fenómeno, pues la propia hegemonía del liderazgo único ha impedido el nacimiento de opciones que repitan la convocaría; solo hay ‘bonsáis’. En los frentes de la oposición la situación es más grave. Ni siquiera pudieron capitalizar la derrota del Sí en la Consulta. Continúan en sus tácticas excluyentes y no repasan la historia para comprender que en estas circunstancias lo único que sale adelante son las acciones que están precedidas por un equipo cívico y serio, un proyecto político nacional que los identifique y un conductor que renuncie públicamente a la reelección.