Acaba de morir Adolfo Suárez, el artífice de la transición española a la democracia moderna. Suárez fue capaz de conducir el proceso que llevó desde un país desgastado por la dictadura franquista que se extendió por cuatro décadas, y que solo finalizó a la muerte del caudillo, a un sistema político democrático que reconoció y dio estatus institucional a un abanico de tendencias políticas que parecían irreconciliables.
Las condiciones históricas estaban dadas para esa salida. España vivía en la segunda mitad de los años 70, la necesidad de salir definitivamente del enfrentamiento entre fuerzas ideológicas antagónicas, de no repetir la conflagración sangrienta que se dio en la guerra civil. Suárez supo canalizar el sentimiento popular que demandaba la salida del miedo y del terror. Condujo con aguda habilidad política la metamorfosis de una derecha que sabe ir hacia el centro, y una izquierda que hace lo propio; construye el centro político y lo entiende justamente como una instancia que se juega en la defensa a ultranza de la institucionalidad a la cual entiende como un conjunto de reglas que defienden el interés público más allá de ideologías, o mejor, que permite que el juego ideológico no se agote en la exclusión del otro, y por lo tanto en el totalitarismo y en el sectarismo.
Si bien su figura provenía del franquismo, supo apartarse de él y asumir el desafío del transformismo español; una intervención que fue aceptada tanto por la derecha que quería deslindarse de su pasado fascista, como por la izquierda y el autonomismo, duramente perseguidos durante el franquismo. Suárez supo dar cabida a estos actores y canalizar su emergencia; pero apenas estos encontraron espacio en la democracia se desembarazaron de quien les permitió emerger. Sin embargo, el diseño institucional estaba ya trazado, un diseño que es garante de la alternabilidad entre posturas ideológicas diferenciadas y que, en alguna medida, aparece como un modelo moderno de sistema político, una construcción que está en la base del proyecto europeo y que supondrá el dejar atrás la polarización ideológica y los antagonismos propios de la Guerra Fría.
Pero más allá de esta dimensión histórica, la figura de Suárez deja planteados algunos temas cruciales que definen a la política moderna en este siglo XXI; entre ellos, la reflexión sobre la calidad de la política y del liderazgo que esta requiere. Su muerte le ha traído un reconocimiento del que no gozó en su momento, cuando decidió retirarse del escenario político para dejar sitio a los nuevos actores de la democracia. El reconocimiento que ahora hace la España civil y política a la figura de Suárez es la valoración de la arquitectura institucional que fue su principal legado, una estructura que ha permitido la alternancia entre distintas posiciones ideológicas, que quitó asidero a las reivindicaciones violentas y que ahora tiene el reto de enfrentar la peor crisis económica y política de la historia reciente de España.