Entre admirado y disgustado, el Presidente conocía la noticia de la poca preparación de los conductores no profesionales: Aquellos que portan licencia ‘sportman’.
La verdad es que todos debieran pasar por adiestramiento para las altas responsabilidades que supone conducir un vehículo. También los profesionales, que en muchos casos se dan a la fuga, en la terminología de los partes policiales, y dejan a sus pasajeros muertos en la carretera.
Pero la política cuenta también con una serie de conductores ‘sportmen’.
En el final de los años setenta del siglo pasado, de modo despectivo alguien intentó descalificar al mandatario por su poca experiencia práctica como quien ‘no había administrado ni una tienda de la esquina’ y pretendía administrar un país.
Hace una década y algo más llegó a la Presidencia un político intuitivo, con discurso fogoso, que ni siquiera había sido concejal, que apenas había terciado, y perdido, alguna elección de facultad, y que venía de la academia dando cátedra a estudiantes cuya condición social y económica soslayaba.
Pero ganó cuestionando a fondo el sistema de los partidos. Varios dejaron el poder con mala imagen y no hicieron cambios para que la sociedad progrese.
Lo curioso de todo esto es que una década después la plataforma política que se construyó en torno al liderazgo caudillista – como casi siempre ocurrió en nuestra historia republicana – no tenga el más mínimo asomo de solidez y se disperse en facciones respondiendo a aspectos coyunturales, al intento esquizofrénico de gobernar por redes sociales con guerreros digitales que responden consignas sin militancia ni ideología e intentan destruir al distinto.
Quizá por repugnar de la formación política el movimiento -más moldeable a los afanes del líder- prefirió seguir como una amalgama amorfa que cambiaba según el viento: dejaron las proclamas ambientales, taladraron la selva frágil cuando el pragmatismo tocó fajina de supervivencia para pagar las quincenas de la burocracia y guardaron las viejas banderas.
Al cobijo de ese movimiento ganó las elecciones un político distinto, que vio el paso del poder a su lado y no fue crítico de los desafueros, salvo contadas ocasiones, pero que ahora marca su propio estilo. Pide cirugía mayor contra la corrupción, separa a Jorge Glas, que se pasó de revoluciones con sus dos comunicados. Mientras Lenín Moreno arma el escenario del diálogo.
El nuevo momento enardece a los sumisos, despeluca a los ovejunos y marca una grieta que parece insalvable, que no se sabe si lograran superar las mediaciones de dos militantes de alta exposición pública.
Llegan los pataleos, los desacuerdos, los caprichos y amenazas con un toma y daca de llamados a las autoridades de control en cuyas instituciones no se cumplieron deberes durante la década perdida. Hoy se gobierna en tiempos de crisis lidiando con el enemigo interno, políticos ‘sportmen’más peligrosos que el disperso bloque opositor.