‘Ecuador: de Banana Republic a la No República’, el libro escrito en 2009 por el presidente Correa, es un documento extraordinario porque revela sin tapujos su forma de entender la economía y la sociedad.
He vuelto a leer la parte más importante de aquel libro –la que va del capítulo 4 al 9– donde se explica, por ejemplo, la renuencia del autor y, por tanto, de este Gobierno a reducir el gasto fiscal para aliviar la presión sobre la balanza de pagos.
Un déficit comercial no se combate bajando el gasto público –es decir, reduciendo el “nivel” de la demanda– sino haciendo que la gente consuma más producto nacional, es decir cambiando la “estructura” de esa demanda, explica Correa.
Como los productos locales son más caros –el libro habla de un encarecimiento acumulado de 150% hasta ese momento– habría que devaluar la moneda o “utilizar una activa política comercial con un inteligente manejo de aranceles (…)”, para orientar la demanda hacia el consumo interno, asegura el autor (p. 107).
No se explica en qué consistiría ese manejo “inteligente” ni se dice una palabra sobre la pérdida de bienestar que sufren las familias cuando se les obliga a consumir bienes más caros.
Es revelador el concepto que el Presidente tiene sobre el bienestar: la inflación solamente perjudica a los tenedores de dinero porque les resta capacidad de compra, asegura. Pero en términos netos, esa pérdida no existe porque lo que deja de percibir el consumidor lo gana el Gobierno. “Piénsese en el dinero como una obligación de la autoridad que lo emite. Ahora, por la misma cantidad de dinero esta autoridad debe responder menos en términos reales. En otras palabras, ¿quién se cogió los 10 kilos de papas [que alguien dejó de comprar porque subió el precio]? El Gobierno” (p. 116).
En términos contables, es obvio que la pérdida del consumidor se compensa con la ganancia que hace el Gobierno recolectando el “impuesto inflación”. Sin embargo, esa apropiación de recursos que hace el Estado sí produce una pérdida social porque aquel impuesto regresivo afecta mucho más a los sectores pobres y vulnerables del país.
Una idea que el Presidente esgrime con insistencia –y con la que estoy plenamente de acuerdo– es que “la verdadera estabilidad en economía” consiste en alcanzar un “nivel de crecimiento y empleo productivo sostenibles en el tiempo”, (p. 125).
Aquí, el concepto de sostenibilidad es clave. Se puede crear empleo –sobre todo público– de un día para otro y aumentar la producción multiplicando el gasto estatal. Pero esos logros no serán sostenibles porque fueron producidos a partir de recursos efímeros.
Buscar cómo lograr la sostenibilidad del actual modelo puede ser el gran eje que nos permita arribar a un consenso para salir de la crisis en la que estamos.