En este país crispado por la política, donde los narradores y los columnistas suelen tomarse demasiado en serio y el humor queda en manos de grotescos personajes de la televisión, que te caigan del cielo dos libros cargados de literatura fresca y fogonazos de humor del fino es algo que agradeces de todo corazón. Al uno, al español Pérez-Reverte, le conocía desde ‘Territorio comanche’, su capitán Alatriste y la memorable ‘Reina del Sur’; del argentino en cambio, de Marcelo Birmajer no tenía la menor idea hasta que me desayuné algunas de sus historias de hombres casados y leí una entrevista en El País de Madrid, donde habla de su más reciente novela: ‘La despedida’.
Digámoslo de entrada: solo un judío de Buenos Aires, con esa mezcolanza inverosímil que puede tener en la cabeza, incluyendo el calvario de la dictadura militar y el peronismo, matriz de todos los populismos redentores, puede asimilar creativamente las ocurrencias de otros judíos de NY como Woody Allen, Seinfeld y Philip Roth, aunque Birmajer se reclama devoto del estilo claro y sencillo de Bioy Casares. Amamantado por las desgracias y desconciertos de dos pueblos, el judío y el argentino, dice que “todo es una tragedia, pero nos salva el humor”. Seguro, ese humor corrosivo que arranca de las tiras cómicas de la Argentina de los años setenta, digo yo, y que medra en el caldo de cultivo de la clase media porteña, donde se juntan Borges con Maradona y los montoneros con el Teatro Colón.
No todos los cuentos son del mismo nivel, claro, pero cuando el tono irónico alienta el ritmo del relato, como en ‘Una experiencia teatral’, la atmósfera se contamina de burla y uno comprende que nada es muy cierto ni serio ni dramático, ni siquiera en frases con sabor a tango: “De todos los disfraces que el pasado usa para meterse en nuestros corazones, el de mujer es el más efectivo”. Ni en recuerdos sarcásticos como haber fornicado con al menos veinte mujeres a las que sus novios les dijeron: “Sos la Maga”. O sea, el cliché de ‘Rayuela’, la alta literatura convertida en cursilería.
Pérez-Reverte, en cambio, nos vende la imagen del macho, pero un macho muy fino pues es miembro de la Real Academia de la Lengua. Desde el título: ‘Cuando éramos honrados mercenarios’, esta colección de ar-tículos publicados semanalmente en varios medios tienen la frescura de los textos escritos a mano alzada donde el autor se inmiscuye libremente, opina, insulta, aplaude, cuenta anécdotas, reflexiona sobre el desastre de una España venida (otra vez) a menos. O se destapa contra unos políticos más cínicos que los nuestros. Ni siquiera faltan las domésticas ecuatorianas en sus retratos costumbristas. Y cuando el humor cobra vuelo con el lenguaje de la calle, entonces es un auténtico cague de risa.