Acabamos de celebrar la Navidad y muchos de ustedes habrán hecho en familia la novena del Niño Jesús. Les confieso que siempre me ha conmovido la fuerza que la novena tiene entre nosotros para unir a las familias y para anclar los mejores sentimientos. El Niño y María aparecen como los grandes protagonistas pero, en esta ocasión, quisiera referirme a José como personaje discreto y esencial de nuestra historia…
El evangelio de Mateo (1,18-24) nos narra cómo nace Jesús y, muy especialmente, el sueño y el despertar de José. ¡Pobre José!, tan lleno de ilusiones y de proyectos y, sin duda, profundamente enamorado de María… Su sueño resultó ser tan perturbador como la misma realidad. Y, sin embargo, en medio de la prueba, José se mantiene sereno y ecuánime. La fuerza de los hechos y del derecho no enturbian la bondad de su corazón. Más bien el texto refleja una profunda experiencia humana y de fe: qué significa obedecer y resistir en medio de las pruebas de la vida.
Todos tenemos nuestros sueños e ilusiones, ¡y qué bueno que así sea! Sin sueños, nuestra vida se vaciaría de contenidos liberadores. Solo estaríamos pendientes de hacer una buena digestión o de que nos cuadraran las cuentas… Pero tales preocupaciones no son suficientes para ser humanos, para crecer y sentir que somos hombres y mujeres de bien, capaces de amar, de luchar, de arriesgar. Hay que soñar pero también hay que despertar y empujar la vida y la historia en la dirección de la justicia, del bien, del amor, de la belleza,… para que los sueños se cumplan aunque parezcan imposibles. Cuando Dios anda por medio, lo posible y lo imposible se confunden. Es lo que le pasó a José y nos pasa a nosotros cuando somos capaces de trascender nuestras experiencias inmediatas, cuando sacrificamos algo propio en honor de la verdad o del amor al prójimo.
Con frecuencia les digo a los jóvenes (y no tan jóvenes) que no apaguen sus sueños, que sean capaces de levantar el vuelo y ser inconformistas en medio de una mundanidad que tiende a convertirlos en gallináceos bien domesticados. Y es que el sueño y la lucha siempre van de la mano en la vida de un cristiano. José es hombre de sueños, pero también es hombre de obediencia, de riesgo, de resistencia: buscará, amará y cumplirá la voluntad de Dios en su vida. Y esto es lo importante: soñar y apostar. Duele ver a tanta gente evadirse de la realidad, incapaces de poner nombre a lo que pasa en la propia vida, ajenos al dolor del prójimo.
En estos días no dejen de soñar, pero estén atentos. En algún momento habrá que apagar las luces del árbol, recoger los adornos y levantar el nacimiento… Ojalá que la Navidad no sea una evasión. Dejen que el Niño crezca y sea adulto, dejen que dé la vida por lo que ama y que sea para todos signo de contradicción. Entonces los sueños nos ayudarán a levantar el corazón y, al mismo tiempo, a crecer en medio del dolor sin que este nos aplaste o nos haga inhumanos, superficiales o altaneros.