He oído por ahí que, desde mediados del próximo año, todos los ecuatorianos (oigan bien, todos, sin excepción), recibiremos mensualmente un depósito en dólares sin tener que trabajar. ¿Se imaginan algo mejor? ¡Y después dicen que no hay milagros! Claro que no serán dólares-dólares, sino algo parecido a los billetes que nos servían en la infancia para jugar a la tienda; pero algo es algo …. ¿o no?
Yo ya sé lo que se puede hacer con esos depósitos de espuma. Ahora que el cielo se encuentra siempre encapotado, compremos entre todos un lote de nubes, de esas que forman figuras que ningún pintor podría imaginar. Además, compremos cinco estrellas, de esas que abundan por aquí. Como decía Cevallos García en un librito muy preciado, “solo quien llega a Quito puede saber que son tantas las estrellas”. Lástima que en estos tiempos no las vemos porque la iluminación de la ciudad nos ha privado del espectáculo más hermoso del cielo. Compremos cinco, solo cinco.
Con nuestro lote de nubes y de estrellas, y haciendo honor a la condición de “empresarito” que me adjudicó graciosamente cierta institución, yo prometo fundar el mejor hotel de América en el cielo. Y organizaré una inauguración inolvidable, a la que invitaré a todos los políticos y burócratas de este noble y desventurado país. Sé que no faltarán, porque siempre aparecen en primera fila cuando hay fotógrafos de prensa y abundancia de elíxires sutiles. Después, como hay vientos permanentes que vienen del Amazonas, las nubes viajarán con rumbo al occidente: será un vuelo tan plácido que hasta los ángeles podrían envidiarlo, y al final, empezarán a deshacerse las nubes mucho después de haber pasado sobre nuestra provincia insular.
¿Se imaginan algo más maravilloso? La luz del sol será más clara y florecerán todos los jardines; la Virgen de Legarda, la verdadera, la pequeñita que se encuentra en Cantuña, se olvidará de su resentimiento por haberla copiado tan fea, tan gigante, en el cerro más querido y maltratado; los frutales volverán a regalarnos con la abundancia de sus mejores tiempos y las alcantarillas se tragarán por fin todas las ratas.
Sin embargo, alguien tendrá que administrarnos. Como hay el riesgo de que vuelvan a aparecer reproducciones de los que ya se fueron, yo propongo que sin dilación encarguemos el gobierno a las mujeres. Nadie como ellas para administrar la pobreza. Hacen milagros de los que nadie se entera, pero siempre se dan modos de poner sobre la mesa un plato de amor para sus hijos. Nadie como ellas para establecer reglas sensatas que cumplirá toda la familia, y nadie les supera en imponer castigos adecuados para cualquiera que incumpla sus deberes. Al fin y al cabo, ellas han gobernado siempre sus hogares simulando estar sujetas al marido; porque cuando los hijos empiezan a pedir permisos, no hay marido que no haya contestado: “Pregúntale a tu mamá”. Claro, preguntémosles a ellas qué hacer ahora para encontrar nuestro camino.