Las ideas, la imaginación, la capacidad crítica, ¿son hijas del poder? ¿La democracia, se generó en los cenáculos del absolutismo? ¿Fueron funcionarios públicos John Locke, Montesquieu y los demás padres de moderno concepto de libertad? ¿Francisco Miranda, Sucre, ocuparon poltronas ministeriales y dictaron desde ellas decretos para articular la sociedad independiente, o lucharon desde abajo? Cuando las sociedades se habitúan a las ordenes, pierden su capacidad crítica, renuncian a pensar, y adoptan el cómodo expediente de aceptar, sin más, lo que venga de las alturas del poder. De ese modo, revive la tendencia a meter la cabeza en la arena de los dogmas, a refugiarse en utopías mal vendidas, a fanatizar los comportamientos, y a inaugurar, como estilo único, el aplauso. Entonces, prospera la equivocada convicción de que los hombres de a pie no están para pensar, que esa es tarea de los funcionarios, que la verdad está contenida en decretos, y que los “ciudadanos” reducen su destino a disfrutar cómodamente del espectáculo en que se ha convertido la vida moderna y la “cultura.” Cuando todo eso ocurre, la democracia pierde sus soportes morales en el suelo de las sociedades, se rompe la conexión esencial, y nace la impresión creciente de que el poder se distanció de la vida cotidiana, que todo se hizo discurso hueco, y que no basta comprar en el mall, ni tener la última versión del televisor de plasma, ni ver la telenovela, ni haber superado los niveles de pobreza. Nace la inquietud de que algo se nos expropió, que las ideas ya no son nuestras, que los sentimientos están pautados, que todo está previsto, que la agenda nos la escriben, que la profesión nos escogen, que nos eligen la escuela, que nos dosifican los pensamientos. Llega así el tiempo de la esterilidad, porque, además, los intelectuales renuncian a sus tareas, se acomodan y se callan, y el debate se convierte en show. Es una especie de final de época, en que la gente necesita enormes dosis de imaginación para pensar de otro modo su circunstancia, y encontrar, otra vez, un espacio en el cual reconocerse .
Esa fatiga espiritual, vital, es la única explicación de las explosiones sociales que aquejan a sociedades en las que han crecido las clases medias, en las que las diversas versiones de socialismo hacen gobiernos “muy populares”, esas sociedades en las que se han acomodados los pensadores y las ideas se han convertido en lugares comunes sin sustancia. ¿Cómo se explica el chispazo que enciende la rebeldía en el Brasil? ¿Cómo se explica que esa sociedad futbolizada haya mandado callar a Pelé? ¿Cómo se explica lo que ocurre si la clase media estaba viviendo en el paraíso del socialismo que inauguró Lula? ¿No habrá llegado el tiempo de poner en cuestión todas las utopías que sirvieron para mediatizar las libertades y domesticar a la gente? El tiempo de pensar de otro modo la vida.