La protesta popular más duramente reprimida de la historia es la de Guayaquil del 15 de noviembre de 1922, cuando cientos de manifestantes fueron abaleados y luego arrojados a la ría. De esa gran tragedia nacional tenemos mucho que aprender.
La crisis de la producción y exportación de cacao que se dio alrededor de 1920, sumió al Ecuador en una profunda recesión. En Guayaquil su impacto fue más fuerte y las organizaciones de trabajadores lideraban a la población afectada por las alzas de precios. La antigua Confederación Obrera del Guayas (COG) y la recientemente formada Federación de Trabajadores Regional del Guayas (FTRE), influenciada por el anarco sindicalismo, más radical y combativa, encabezaban la agitación popular.
En octubre de 1922, los trabajadores de la Compañía del Ferrocarril plantearon alzas salariales. Fue el inicio de un movimiento que trascendió a otras ciudades. En pocos días se habían sumado artesanos, obreros portuarios, subempleados y migrantes. La primera semana de noviembre la agitación creció y ya se daba una amplia movilización popular. El Gobierno reaccionó con nerviosismo y los grupos comerciales y bancarios opuestos a la administración del presidente José Luis Tamayo, pugnaron por dirigir la protesta popular pidiendo la incautación de divisas, a cuyo manejo por los exportadores se adjudicaba la elevación del cambio y los precios.
En noviembre los trabajadores controlaban Guayaquil, paralizada por la protesta. El 15, una gran marcha no pudo ser detenida por los dirigentes que creían imprudente una demostración, aunque fuera pacífica. Los soldados y la policía abalearon a las masas inermes. Casi no hubo resistencia, salvo de unos pocos que se apoderaron de armas. Con ese pretexto, los militares acentuaron la matanza. Hasta de los balcones se disparó contra el pueblo. Varios centenares de muertos y heridos quedaron en las calles. Los cuerpos, incluso de los que estaban todavía vivos, se lanzaron al río Guayas. Actos de protesta en otras ciudades fueron reprimidos. La prensa, los políticos y el clero aplaudieron la masacre o guardaron silencio. Pero el 15 de noviembre de 1922 no se pudo borrar como un hito inicial en la lucha de los trabajadores en la historia nacional.
Con la horrible masacre del 15 de noviembre, los trabajadores tomaron conciencia de que debían actuar con independencia de clase y sentido nacional. Por su parte, los gobiernos no aprendieron que no deberían dividir a las organizaciones populares y buscar soluciones reales, no solo tapar huecos.
A la sombra del 15 de noviembre, hay grandes lecciones para hoy. Para el FUT, que debe profundizar su acción unitaria y plantear demandas para el conjunto del pueblo. Para el gobierno de Lasso, que debería dialogar en serio y no promover medidas que desmantelan derechos laborales.