Se dice, y con razón, que los presidentes viven la soledad del poder. Esto porque las decisiones inherentes a su función finalmente las toma él, solo, acompañado de su sola conciencia. Recibe, claro está, informes y opiniones por parte de ministros y asesores para que la decisión sea lo más acertada posible. Las medidas que adopta tienen impactos, positivos o negativos, sobre los gobernados y la responsabilidad final la tiene él, el Presidente de la República en su soledad del poder.
Pero junto a esa soledad existe también el aislamiento que produce el poder, que es algo distinto. Un presidente se ve siempre rodeado de colaboradores: ministros, consejeros o simples acólitos que por temor o simple adulo dicen y hacen lo que creen que al jefe le va a complacer y, por consiguiente, le aíslan de la realidad, de lo que sucede a su alrededor y en el país. Le apartan de los errores que se cometen, de las falencias que hay en distintos ámbitos y él, convencido de que todo va bien, no se entera.
Estas reflexiones me han venido a la mente tras leer una entrevista aparecida en la revista Diners a ese prohombre, de los pocos que aún nos quedan, que es Jorge Crespo Toral. En ella, este connotado laboralista, nonagenario y ser humano de bien, en tono anecdótico, cuenta cómo, a pesar de una orden expresa dada por el presidente Correa a un subordinado para que el Gobierno apoye la admirable cruzada en favor de los presos que realiza desde hace décadas, no recibió ninguna atención a pesar de numerosas cartas y mensajes dirigidos a Carondelet.
Si no hubiera sido por un encuentro fortuito en un funeral con el Presidente, cuenta Crespo Toral, en que le recordó frontal y amistosamente su ofrecimiento, esa orden hubiera continuado en el limbo. Al ser requerido, Correa se puso en contacto telefónico inmediatamente con la Ministra de Justicia para instruirle que le concediera todas las facilidades, tal como él había dispuesto meses atrás. A partir del día siguiente Crespo Toral pudo continuar con su desinteresada lucha con el apoyo del Gobierno. ¿Cuántos de estos ejemplos habrá? Difícil saberlo, pero lo que este episodio refleja es el aislamiento al que someten quienes rodean al Presidente por complacerle.
Muchos de los errores (leyes de herencia y de plusvalía) y escándalos se deben a ese aislamiento en que vive la más alta autoridad del Estado. ¿Conocía el Presidente detalles del caso Delgado y el préstamo Duzac? ¿Sabía pormenores de la compra de los Dhruv? ¿Sabía de los excesivos beneficios de las gasolineras de Petroecuador? ¿Sabe que en la Cancillería, a pesar de la austeridad, se están tramitando nombramientos permanentes para más de 300 empleados que están bajo contrato? Y hay muchos más…
Bien haría el Presidente en escuchar también al que piensa distinto para romper la burbuja del aislamiento, por el bien del país.
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