No es posible cerrar abril –cuando se celebra el Día Internacional del Libro- sin una referencia directa a la educación y la presencia de los libros y la lectura, en los escenarios de la cultura. Las estadísticas sobre los diagnósticos sobran. La exigencia es actuar con diligencia y pasión, antes que sea demasiado tarde.
La educación nacional actúa en forma reactiva. No hay propuestas de cambio profundo de mediano y largo plazo. Salvo tibias reformas al currículo, la reapertura de escuelas y el nuevo escalafón del magisterio en estudio, las autoridades no convocan al Consejo Nacional de Educación (CNE), máximo organismo del sistema, que ordena la Constitución y la ley orgánica. Tampoco se anuncia la ejecución de la Prueba PISA-D2, necesaria para promover acciones de mejoramiento continuo de la calidad, en la línea de las competencias pedagógicas. Varios países de la región nos superan en Lenguaje y Matemáticas.
Y el plan nacional de lectura -que conduce el ministerio de Cultura- sigue en cuarentena. El Sistema Nacional de Bibliotecas (SINAB) –eliminado sin beneficio de inventario- continúa en el limbo, mientras aparecen iniciativas –pos pandemia-, en los tres principales actores de la industria del libro: editores, libreros y bibliotecas –como la “Aurelio Espinosa Pólit”, en Quito-, que comienzan a reactivarse luego de la ruina provocada por el confinamiento.
La educación y la cultura no pueden ser las cenicientas de las políticas sociales. El Ecuador debe construir una sociedad lectora, que no es un lema –tampoco un programa de gobierno-, sino una política de Estado, que despierte del letargo a todos los actores, supere las resistencias y sacuda a la ciudadanía. Este vacío debe llenarse mediante la movilización de lectores, editores, editoriales, autores, comunicadores, libreros, bibliotecas y librerías –de los sectores públicos, privados y no gubernamentales- para que el Ecuador se convierta en pocos años –por qué no- en la capital latinoamericana del libro y la lectura. ¡Soñar no cuesta nada!