Cuestión de perspectiva, cuestión de sentido común: el Estado, visto desde la sociedad civil, es una herramienta al servicio de las personas, un instrumento cuya legitimidad está vinculada con la utilidad para el individuo. Lo demás –teorías, doctrinas, ideologías- son sofismas que colocan la carreta delante de los bueyes y hacen de la ciudadanía, servidumbre.
Este es, quizá, el tema fundamental en la adecuada comprensión de la política, las instituciones y el Derecho, y, por cierto, en el entendimiento de la libertad como virtud y como signo. La Constitución y las leyes tienen como única razón, como exclusiva justificación, la preservación del patrimonio ético de las personas: sus derechos fundamentales El poder, más allá de la legitimidad formal del voto, enfrenta siempre y cada día el reto de justificarse sirviendo, interpretando a la sociedad, generando las condiciones para una vida mejor. No repartiendo dones ni felicidad, porque éste asunto corresponde a cada cual, es atributo vinculado con la dignidad, y no con filiación alguna, ni siquiera con la condición de ciudadano.
El Estado no es una abstracción, no es la última palabra, no es un dios ni es un demonio. No es el salvador. No es el ícono que exige adoración ni sometimiento.
El Estado es la oficina pública, es la ventanilla de la burocracia, es “el sistema que se cae”, es el cobrador de los tributos, es el juez, es la empresa pública, es el policía de la esquina. Esas son las caras concretas de una entidad que alguna vez inventó la sociedad para hacer posible el ejercicio razonable de la libertad en la vida comunitaria. Pervirtiendo esa humilde y concreta dimensión -que es la única válida- los totalitarismos de todos los signos la elevaron a la condición de referente ético, de padre y madre, de sacerdote y de dios. Hicieron, de ese mal necesario, lo que Octavio Paz llamó “el ogro filantrópico”, el enorme monstruo que se asignó las facultades de repartir prebendas, reconocer o negar derechos, asignar cupos de seguridad, dar y quitar la propiedad, asignar graciosamente empleos, agachar el dedo y conceder
una serie de prebendas.
El tránsito del Estado como instrumento y servidor, sometido a la ley, hacia el Estado como expresión de las novísimas “monarquías democráticas” se hizo a costa de las libertades, y gracias a la complicidad de los ciudadanos, a su comodidad y a sus renuncias, y se hizo bajo la interpretación de la soberanía como rezago del absolutismo, y con la suplantación del papel y los derechos de la sociedad civil, transformada ahora en herramienta de todos los electoralismos, en espacio para reclutar votantes, en
excusa para dominar.
El tema está en si a la República le servimos o nos sirve. Y si la felicidad es asunto de cada cual o razón de Estado.