Hoy todos agachamos la cabeza por diversas circunstancias y para distintas actividades. La diferencia está en para qué lo hacemos. En esta era de la información y la comunicación al instante, casi todos usan los mensajes a través de la telefonía móvil, otros el iPad, sin perjuicio de la computadora. Un gran avance de la tecnología y la modernidad pero nos volvió hasta “malcriados” porque en cualquier reunión, por importante que sea el mensaje, se agacha la cabeza para mirar contenidos y se desatiende al resto.
Este fenómeno ocurre en todo el mundo. Incluso aquí, a veces en forma irresponsable, cuando una persona conduce un vehículo. Sin embargo, se agacha la cabeza no solo para usar estos aparatos vitales. Unos, a cambio de un cargo público, tienen que someterse al regaño y hasta el maltrato de quienes usufructúan del poder temporalmente. Otros para recibir una dádiva a cambio de ir a marchas, concentraciones de respaldo y finalmente para votar en las urnas a favor de los candidatos y de las tesis oficiales de turno.
Otros agachan la cabeza por miedo al poder y temen perder las canonjías o los negocios que hacen hoy, con excelentes réditos especialmente en materia de contratación pública, aunque no piensen en el país que dejarán a sus hijos y peor a los nietos, a menos que levanten el vuelo y lleven al exterior sus ganancias y bienes, sin que importe el pago del 5 % a la salida de las divisas.
Unos agachan la cabeza y se interesan poco por lo que pasa en el país y a veces regresan a ver para aplaudir lo que les pidan, a cambio de un reconocimiento, cualquiera que este sea, a la espera de las mismas prácticas del pasado pero con nuevos interlocutores y discursos altisonantes. Otros disfrutan de los agachaditos en un puesto de la calle y generalmente en la noche, agachados para que no les vean, que llenan el estómago con un buen plato típico de comida, una cola y a un precio bajo, asequible a todos.
Otros, conscientes como están, agachan la cabeza para no hacer olas ni provocar reacciones a quienes les pueden enjuiciar y hasta meter a la cárcel porque tienen a la mano la justicia y el resto de poderes, pese a que están en desacuerdo con lo que está pasando pero se muerden los labios porque les toca aguantar para sobrevivir y solo se limitan a hablar en voz baja.
La diferencia es que en unas sociedades agachan la cabeza solo para usar la tecnología o para comer, mientras en otras viven sometidas al poder y no tienen agallas para exigir sus derechos, consagrados ampliamente en la Constitución, que tanto se ha cacareado y poco se ha respetado. Cada cual puede hacer lo que quiera, pero lo peor es agachar la cabeza en lugar de abrir los ojos, informarse bien y actuar como deseen, sin presión ni manipulación de nadie, pero con cabal conocimiento de causa.