La restauración conservadora

Los gobiernos que en la última década se han identificado con el socialismo del siglo XXI, alertan sobre una estrategia para reemplazarlos, una avalancha continental organizada desde fuera de los países, seguramente con participación del imperialismo, con el supuesto fin de dar al traste con las conquistas alcanzadas.

No parece que los cambios de algunos países respondan a una estrategia como la denunciada, sino a sus propias culpas que empiezan a salir a flote después de un largo período de control total de los órganos de gobierno, de la justicia que dejó de ser independiente, de la inexistencia de fiscalización, de evidentes síntomas de corrupción.
Lo que pasa en Argentina es ilustrativo. Empezó con la manipulación de las cifras económicas, lo que permitió esconder realidades que al evidenciarse explotan. Cuando más temprano que tarde se descubre que se oculta la verdad, la incertidumbre y la desconfianza cunden. No hay juego de palabras que permita que se pase gato por liebre, a más de la irresponsabilidad que implica: no contabilizar las deudas como tales es esconder la realidad, por más que se usen “conceptos” económicos o palabras difíciles. La familia Kirtchner manejó el país como hacienda propia. Ahora se encuentran millones de dólares en billetes en bóvedas de empresarios relacionados con la familia gobernante, en muros de conventos y en la cajas bancarias de la hija de la expresidenta. Ahí no hay ninguna confabulación internacional, sino la reacción de la gente que se harta de tanto abuso y corrupción.

En Brasil se produjo un cambio forzado, indeseable, que no habría sido posible sino existiera tanto indicio de corrupción en el que lamentablemente están involucrados también los líderes que han gobernado Brasil doce años seguidos. Fue, sin duda, un golpe de estado legal, pero solo posible por la situación indefendible de los imputados.

Lo de Venezuela es incalificable. Un gobierno abusivo que ha destrozado la economía, que no respeta nada ni a nadie, que desconoce la voluntad popular que eligió un Congreso opositor al que con todo tipo de artimañas se ha atado de manos y pies, pretendiendo ignorar la realidad desastrosa producto del despilfarro, el abuso y la corrupción. ¿Cómo puede atribuirse eso, cínicamente, a una confabulación internacional?
Si no hay autocrítica, si no se reconocen los errores cometidos y los excesos es imposible que no se produzca la reacción que puede terminar en esa restauración conservadora, indeseada pero posible. La gente se harta de la concentración de poder. Se cansa del abuso que esa concentración trae siempre consigo. Se harta de la corrupción que es mayor mientras más concentración de poder existe.

Los responsables de la restauración conservadora, si se produce, son los que abusan y no rinden cuentas de sus acciones y omisiones.

Suplementos digitales