Tantos y tan graves abusos ha sufrido América Latina por obra del llamado “socialismo del siglo XXI”, que el desprestigio del socialismo propiamente dicho ha sido inevitable. Existe, no obstante, un socialismo deseable, cuyas mejores experiencias acaso sean las que exhiben los países del norte europeo, que han logrado reducir drásticamente la diferencia de ingresos entre los que tienen más y los que tienen menos. Son experiencias que no han tratado de destruir sino de fortalecer y mejorar lo existente, lo cual no significa que hayan logrado solucionar todos los problemas, por la simple razón de que no son el Paraíso, sino países concretos de este mundo.
Detrás de esas experiencias (aunque no les guste a los más fervientes devotos del pragmatismo) se encuentra un principio que proviene de la más abstracta filosofía del siglo XIX. Simplificando exageradamente el pensamiento de Hegel, podría decirse que todo desarrollo se produce por la oposición de los contrarios, de la cual nunca resulta la destrucción de uno de ellos, sino la asimilación del uno en el otro, que implica por sí misma un ascenso de ambos opuestos a un nivel superior.
Trasladando ese principio a términos concretos, debemos admitir que, en materia de ideas políticas, la gran oposición heredada del siglo XIX es la que se produce entre el liberalismo y el socialismo. El primero, ya inaugurado en la Revolución Francesa y adoptado por la economía capitalista, propuso como fin primordial del estado la protección de la libertad individual y la abolición de los estatutos personales; en oposición a esa propuesta, el socialismo concebido por Marx aboga por la reivindicación de los derechos de los desposeídos y propugna la justicia. Sin embargo, la crítica del capitalismo desarrollada por Marx no sobrepasó los límites de la Ilustración y se dirigió a un capitalismo que ya no existe. Lejos del capitalismo feroz que sometía a los trabajadores a jornadas interminables por salarios de miseria, el de nuestro tiempo, aunque no ha eliminado la explotación, sabe que el bienestar del trabajador beneficia a la empresa.
Dada la oposición liberal-socialista, durante el siglo XX el socialismo combatió encarnizadamente al liberalismo, pero terminó en un ruidoso fracaso. Otro tanto ha ocurrido con aquella invención “del siglo XXI”, cuya doctrina no pasa de ser una mescolanza de ideas de diversa procedencia, ninguna de las cuales asimila verdaderamente a sus contrarias. Quizá por eso, el Presidente Moreno expresó hace poco que en lugar de la “cuadratura del socialismo del siglo pasado”, que buscaba una “equidad” mediante el poder totalitario, hay que buscar un “socialismo incluyente”. ¿Cómo entenderlo? Precisamente como un socialismo que no cometa el error de negar las grandes conquistas liberales que provienen de la Revolución Francesa (la única revolución verdadera en los tiempos modernos), pero que las enriquezca con la conquista de la solidaridad y la justicia.
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