Nos ha tocado vivir una Navidad en medio de la pandemia, más replegados sobre lo nuestro y sobre nosotros mismos… Un tiempo bueno para un mayor silencio, intimidad y acompañamiento de las personas verdaderamente imprescindibles y queridas. La verdad es que yo ya estoy un poco saturado de tantas luces, ofertas, regalos y fiestorros. Desde hace tiempo tengo la sensación agobiante de que el consumo devora la Navidad y que el Niño se nos vuelva cada día más insignificante. Y, sin embargo, sin él, todo pierde sentido.
En estos días he recibido abundantes felicitaciones que escuetamente decían “felices fiestas”, fiestas genéricas, difusas y anónimas. Una especie de oportunidad para sacar afuera por un momento nuestra ración imprescindible de buenos sentimientos y, al mismo tiempo, promover nuestra obsesión compulsiva de comprar y consumir. Entremedias está la torpe compulsión de pensar que cuanto más grande es el regalo más fuerte es el cariño, aunque lo real es que “hasta el año que viene, ciao baby”.
Unas Navidades así vividas, en la superficialidad del rito social, nos ayudan a sobrevivir, que, al fin y al cabo, es lo que muchos esperan de la vida. Y resulta que nuestra obligación no es tanto sobrevivir cuanto contribuir, cada uno según sus circunstancias, a que las siguientes generaciones lo tengan un poco mejor y el mundo sea cada día más humano. Lo necesitamos todos: los jóvenes y los mayores. Ellos son más solidarios y generosos que nosotros, los de la penúltima quinta, pero nosotros ya hemos vivido y sabemos distinguir las cosas importantes de las otras. Quizá por eso, yo me conformo con unas Navidades vividas en calma, en las que pueda rezar, mirar a los ojos a las personas amadas y dar un pellizco de solidaridad a los dolientes. Intento hacerlo desde el espíritu del pesebre, desde la humildad de aquella cuna y de aquel regazo que revolucionaron al mundo y siguen sosteniendo la esperanza.
No sé qué nos traerá el 2021. Percibo una cierta ansiedad, después de tanto sufrimiento e incertidumbre, de hospitales abarrotados, negocios cerrados, estados de alarma y toques de queda. Una página del calendario por sí misma no va a cambiar las cosas. En enero habrá que seguir alimentando la paciencia activa y luchando por sacar adelante la vida. El desafío no sólo es la resistencia, sino también la creatividad. Así ha ocurrido en los momentos oscuros de la historia, momentos en los que el vacío, la ruina y la hambruna se cernió sobre el hombre. En tales momentos toca contribuir, invertir en humanidad y en esperanza, y también en fe: “La noche no interrumpe tu historia con el hombre; la noche es tiempo de salvación”… Quizá, por todo ello, la Navidad haya tenido este año un mayor sentido y suscitado una mayor esperanza. Mi vieja botella de Codorníu, guardada con mimo para estos días, tuvo sabor a promesa que necesita ser cumplida.