El 5 de marzo de 1987, el Ecuador fue golpeado por dos terremotos. El primero, a las 20:54, con una magnitud de 6,1 y el segundo, a las 23:10, con una magnitud de 6,9. El saldo final incluyó 1 000 muertos y daños materiales por USD 1 000 millones. Pero la mayor destrucción no se produjo por los sacudones de tierra, sino por los deslaves.
En realidad, aparte de edificaciones afectadas en Baeza, Ibarra, Otavalo y Cayambe y de daños a inmuebles antiguos, fue poca la destrucción directamente producida por el sismo.
El epicentro fue junto al volcán Reventador, en una zona caracterizada por laderas muy empinadas; laderas que estaban especialmente húmedas por las copiosas lluvias de febrero de 1987. Si bien los terremotos dañaron pocas estructuras, sí debilitaron las laderas de la zona cercana al epicentro. Muchas de esas laderas, al ser sacudidas, se desprendieron y produjeron deslaves. Estos, a su vez, tuvieron dos tipos de efectos: los directos y los indirectos.
Los efectos directos de los deslaves fueron los daños a la vida y a la infraestructura. 70 km del oleoducto (Sote, el único que había en el país entonces) fueron la infraestructura más importante dañada. La reparación del Sote no fue especialmente costosa, pero causó un serio daño a la economía, porque bloqueó la exportación de petróleo por más de cinco meses.
El daño indirecto de los deslaves fue que algunos bloquearon ríos, creando una suerte de represas que al romperse hicieron que los ríos crecieran y destruyeran lo que había a su paso.
El país no estaba preparado para ese desastre. Si bien durante el año 1985 la economía creció y hubo un notable optimismo empresarial, la caída del precio del barril a un promedio de USD 12 durante el año 1986 redujo ese optimismo y puso al Gobierno en serios problemas fiscales. Tan graves fueron los problemas que para enero de 1987 el país dejó de pagar su deuda externa.
El terremoto llegó en un pésimo momento, pues el Gobierno no tenía acceso a financiamiento externo (estaba en moratoria) ni tenía ahorros (la Reserva internacional se hallaba en valores negativos). El golpe económico del terremoto fue terrible y, según los datos de la época, el PIB cayó en 6%. Además, el Gobierno decidió financiar sus gastos con emisión inorgánica, lo que disparó los precios y complicó el funcionamiento de toda la economía.
Cuando en agosto de 1988 terminó la Presidencia de Febres Cordero, por esa mezcla de mala suerte y malas políticas, la economía estaba en soletas, la Reserva monetaria en menos USD 330 millones, la inflación y la pobreza al alza y el país en moratoria. Se necesitaron cinco años para volver a poner en orden la economía.
Esta columna apareció originalmente en octubre de 2013 y fue parte de una investigación del autor que se publicó en 2014 bajo el título “Social and Economic Consequences of the 1987 Earthquakes in Ecuador”, en la revista Iberoamericana de Berlín, Alemania. La republicamos por su evidente actualidad.