La frontera entre México y Estados Unidos siempre se caracterizó por ser una zona peligrosa donde las bandas de maleantes, principalmente al lado mexicano, operaban a sus anchas. Hace 30 años ya, hacer un viaje en coche desde Monterrey a Reinosa, para pasar luego a McAllen, tenía sus riesgos. A los estudiantes les recomendaban que, si deseaban ir a pasar el fin de semana en EE.UU., el viaje lo realizaran mientras había luz. En la noche esos caminos eran dominados por malhechores que, con vehículos y armas más potentes que los de la Policía, hacían de las suyas. Cerrados los establecimientos en la parte americana, hacia las 23:00, la diversión continuaba en los bares mexicanos hasta la madrugada, donde ver a la gente portando armas era cosa absolutamente normal. A ese ambiente cargado de violencia, en que las bandas de contrabandistas, coyotes, narcos eran los dueños y señores de esas tierras, les llegó una noticia fenomenal: Colombia, luego de una guerra cruenta, había logrado desarticular a dos importantes carteles de la droga que tenían sus bases de operaciones en Medellín y Cali. Se había producido un gran vacío y, si antes los mexicanos habían tenido como aliados a los grupos colombianos, vieron la posibilidad de dominar en el ilegal negocio de los narcóticos con destino al país norteamericano.
El estado mexicano no supo responder a tiempo. No vieron la amenaza y las bandas criminales con los ingentes recursos que obtenían por el criminal negocio, se consolidaron hasta convertirse en verdaderos ejércitos con armamento moderno, que le han disputado palmo a palmo el terreno a los distintos gobiernos que se han sucedido en el país azteca. Con el dinero mal habido lo han corrompido todo y quienes les han puesto resistencia simplemente han sido eliminados. En los hechos, el gobierno mexicano no ha tenido éxito en su tarea de retomar el control y someter a los delincuentes. Más bien, a juzgar por los resultados, a momentos se ven excedidos por los maleantes y lo que es seguro es que la tarea de retomar el control y el orden no será fácil ni poco costosa en víctimas.
Lo sucedido deja una gran lección al resto de países. Los estados no pueden renunciar a sus tareas fundamentales. La primordial: brindar seguridad a los habitantes, protegiendo a los ciudadanos y combatiendo a la delincuencia, con todo el rigor de la ley. Para ello tienen que funcionar las instituciones. La Policía y los militares deben ser profesionales. Hay que brindarles toda colaboración y estar alertas a la contaminación que puedan surgir a su interior.
La justicia tiene que responder a las expectativas de la sociedad y realizar esfuerzos para alcanzar su cometido. En lugar de invadir otras competencias en que se desenvuelve mal, el Estado debe estar vigilante y ser el principal actor en la tarea de institucionalizar el país. Tarea difícil mientras exista esa lacra denominada pobreza.