El peruano César Vallejo cantó con pico, pala, barreno y dinamita a quienes arrancan las entrañas a la Tierra: “Los mineros salieron de la mina/ remontando sus ruinas venideras, / fajaron su salud con estampidos / y, elaborando su función mental / cerraron con sus voces / el socavón, en forma de síntoma profundo”.
La Tierra se defiende. ¿Oro sangriento u oro saludable? ¿Minería o medio ambiente? ¿Sequía o lluvia? ¿Lo inmediato o lo perdurable? He aquí el dilema para una sociedad civil responsable, para un jefe de Estado serio y de visión. “Tengo un ojo de sol, otro de sombra / … / mientras dos veces peso en la balanza / cerebral en secreto / el vinagre y la miel de cada cosa”. (J. Carrera A. “Las armas de la luz”).
¿Defensa del medio ambiente sin concesiones? ¿Defensa de la minería a cualquier costo? En el medio está la virtud y en las circunstancias están las soluciones. Por ejemplo: un sentimiento de vergüenza excesivo engendra timidez; la falta de vergüenza se llama descaro; la modestia está en el medio entre la timidez y el descaro. Las circunstancias de un país cuya economía no dependa de sus minas por ricas que sean y las circunstancias de un país quebrado pero rico en minas pesan definitivamente en políticas de Estado diferentes.
Hay en Ecuador considerables depósitos de oro, plata, cobre y otros metales. La mayoría de estas minas se hallan en la Sierra, en sus cordilleras. El encanto de Ecuador son sus hoyas interandinas regadas por ríos que van al Pacífico y al Atlántico. Una línea vertical húmeda que va de norte a sur. Un país pequeño en superficie y muy alto en población. Tierras agrícolas negras, fértiles. Sus habitantes ocupan el espacio sin mayor orden ni concierto. Minas en el paraíso. Embarazos adolescentes entre los más altos de nuestro continente. Las minas en estas circunstancias son una bendición ambigua, una maldición que se suma a nuestra alegre incompetencia.
El petróleo modernizó a Guayaquil y Quito. La pobreza empezó a bailar sobre su propia tumba. Quito competía con Río de Janeiro en topografía encantadora, en paisajes de eternidad. Y se convirtió en una ciudad fea, cuyas hermosas colinas fueron atacadas por el cáncer de construcciones de arquitectura ayunas de concierto con el paisaje. Los grandes valles agrícolas de Cumbayá, Tumbaco, Los Chillos, Turubamba se han ido poblando de cemento y de ladrillo. Estupidez colectiva.
Con todo esto, con una infame ley de minas dictada por la corrupción, con políticas de Estado faltas de transparencia, con una ética cívica corrompida por el oro y con nuestra proverbial envidia que genera soledad, ¿administrará el Estado la riqueza minera con mano cuidadosa del medio ambiente? ¿Vigilaremos con sabiduría nuestra miel y nuestro vinagre? Casi con certeza, No.
En nosotros está cuidar el país. ¿Creemos que el país es nuestro? “Las penas son de nosotros, las vaquitas son ajenas”. ¿Serán?